Película repetida, si las hay, el final con angustioso
desahogo ajeno (una vez más, y van?...), no hizo más que premiar la voluntad
(sin ideas, ni volumen de juego) del Chicago más mediocre de los últimos años
–por lo menos, desde que volvimos a enfrentarlos- y castigar la mezquindad de
un Morón que, también carente de ideas y de juego asociado, pretendió resistir
en su propia mitad del campo el triunfo parcial, merced a un zapato de otro
partido de Gerardo Martínez, resignando balón y terreno, a favor del local, por
espacio de todo el complemento.
Y hablamos de un filme ya desgraciadamente conocido, puesto
que, en primera instancia, no resulta la primera vez que al Gallo se le escapa
un triunfo o resultado favorable, en el descuento de un partido, sin importar
los intérpretes dentro del rectángulo de juego, los entrenadores al borde del
mismo o la temporadas y las circunstancias particulares de los cotejos; puesto
que en más de un caso y salvando las enormes diferencias de implicancias
deportivas, entre un encuentro y el otro, seguramente el empate de Emiliano
Ronconi, a falta de segundos para el pitazo de Nicolás Lamolina, nos retrotrajo
fatalmente a junio de 2006, en el “Tomás ‘Tito” Tomaghello”, cuando Ezequiel
Miralles nos clavara ese puñal envenenado, en forma de tiro libre directo,
dolorosa inflexión del tiempo y un destino que parece ensañado con nuestra
suerte y empeñado en acompañarnos de por vida, sin posibilidad alguna de
redimir la historia o exorcizar definitivamente los fantasmas.
Claro que a la suerte es imprescindible ayudarla, puesto que
de lo contrario, deberíamos gestionar ante la FIFA, cuanto antes, que los partidos de fútbol
finalicen invariablemente en el minuto 90 y, de ser factible, mejor en el ’85.
Porque, en segunda instancia, para pretender sostener durante nada menos que
´49, un resultado a favor, en la propia mitad del terreno de juego, es
necesario previamente y como condición sine qua non, contar con una defensa
sólida, confiable y previsible, además de concentrada hasta el último suspiro
reglamentario.
Y convengamos que la defensa, precisamente, no constituye
uno de los puntos más altos de este equipo del Gallo, versión 2013/2014, que a
decir verdad y sin ánimo de herir susceptibilidades de ninguna índole, hasta el
momento y en cinco fechas, no ha evidenciado ningún punto alto individual ni
mucho menos de conjunto, más que el consabido valor agregado de Alejandro
Migliardi en el arco, en esta ocasión ni siquiera acompañado por un
visiblemente disminuido Damián Akerman, más cercano a un estoico “Cid
Campeador” (herido “mortalmente”, pero en cancha por su enorme valor simbólico)
que al goleador histórico que todos conocemos.
Pese a todo ello, y aunque resultase hasta contradictorio, es
justo subrayar que la defensa del Deportivo Morón jugaría en el “República de
Mataderos”, su mejor partido a la fecha, sin lugar a dudas. Sin embargo, pagaría
el muy alto precio, a escasos segundos para el cierre del encuentro, de apostar
a la “ruleta rusa” de esperar en el propio campo, cada vez más cerca de su área
grande, para contrarrestar los desesperados intentos ofensivos del rival, que por
previsibles y faltos de ideas que se manifiesten, siempre asomarán como
peligrosos, cuando como contrapartida, no se cuentan con los antecedentes suficientes
de solidez y concentración necesarios.
En efecto, tras un primer tiempo aceptable, donde sin
demasiadas luces, la visita resultaría superior al “Torito” y hasta
justificaría la victoria parcial, en particular a partir de la apertura del
marcador (por obra y gracia de un zapatazo demoledor de Gerardo Martínez), el
Gallo decidiría asumir el rol de simple partenaire, durante toda la segunda
etapa, resignando la posibilidad de cualquier contra que pudiese definir el
encuentro, o de defenderse en terreno contrario, a partir del ejercicio y
usufructuo del manejo de la pelota, decisión táctica que enarbolaría como única
bandera de triunfo y jamás abandonaría, ni siquiera en superioridad numérica,
ante la infantil expulsión de Germán Lanaro.
Claro que la decisión de ceder la responsabilidad del
protagonismo, para abroquelarse y “resistir” bien cerca de Migliardi, no
constituye una novedad en el esquema táctico de Mario Grana, si nos atenemos a
lo observado en los minutos iniciales del cotejo frente a Platense, en Vicente
López, donde a partir de dibujos tácticos similares, en comparación con lo
visto en el mediodía de Mataderos, intentaría hacerse fuerte en su última
línea, resignando también la posesión del balón y la ocupación de los espacios
en ofensiva, hasta el instante preciso de la apertura del marcador por parte
del “Calamar”; para luego y hasta el final del encuentro, quedarse naturalmente
sin argumentos ni planes alternativos, a la hora de la búsqueda de un empate o
un triunfo, resignado desde mucho antes, esto es, desde el momento exacto de la
definición del planteo estratégico.
En este punto, debemos concluir que la retracción en materia
de protagonismo, proviene de bastante tiempo antes y no constituye un demérito
únicamente adjudicable a Mario Grana. De hecho, y con al salvedad del “extremo”
protagonismo ejercido durante los ciclos del “Gato Daniele, hace mucho que el
Deportivo Morón no logra hacerse fuerte en ningún escenario, incluido el propio
“viejo” Francisco Urbano (y su prolongación necesaria en el nuevo estadio), con
equipos otrora chicos, que deportivamente nos han perdido progresivamente el
respeto, culpa exclusiva del Gallo y sus incidentales representantes dentro del
campo de juego, que por ejemplo, han sabido construir el oprobio, inimaginable
años atrás, de todo un torneo entero de visitante (es decir, 21 fechas) sin
triunfos lejos de casa.
Cierto es que existen formas y maneras diferentes de
resignar el protagonismo, en beneficio de un resultado circunstancial y
favorable, tan reglamentariamente legítimo, como mezquino y alejado de la
naturaleza y la costumbre histórica, de un equipo grande para la categoría,
como inequívocamente lo es Morón. Sin embargo, el riesgo que se corre, cada vez
que se asume este tipo de planteos tan óptimamente “antipáticos” para con la
propia gente y el espectáculo, es que el pragmatismo futbolístico nos conduzca
al límite de la verguenza deportiva, con el consecuente deterioro de la imagen
y la progresiva pérdida de prestigio.
Porque en definitiva, y ya de regreso al empate con sabor a
derrota, del último sábado en Mataderos, es que aún en el triunfo, no hubiese
habido demasiadas razones para la algarabía desmedida, más allá de la
satisfacción lógica por la victoria en el clásico, en presencia de un equipo
que no logra hilvanar una secuencia de dos pases seguidos y en ofensiva, genera
muy poco y concreta muchísimo menos (tanto como dos goles en cinco jornadas).
Ya que, casuística comprobada, no todos los próximos
partidos podremos ponernos en ventaja y hasta ganarlos, mediante la vía del
golazo de tiro libre. Y lo más factible, y también penoso, es que desde la
probabilidad futbolística, resulten muchos más los encuentros que perdamos, de
aquellos que podamos salir decorosamente airosos.
Es que este Morón sin rumbo, y ajeno a su historia y su
prestigio, vuelve a prolongar en cancha, la agonía de los ciclos cumplidos y
las demoras inexplicables (y repetidas) en la toma de las decisiones tan
necesarias.
Mientras nadie se hace cargo, “C” nos agota el tiempo y la
paciencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario