miércoles, 18 de septiembre de 2013

El Gallo "enterró" al "Funebrero" y es líder, por "prepotencia de trabajo".



Hasta las primeras tres fechas del actual torneo de la “B” Metro, cuando el Gallo se debatía en el contexto de sus propias dudas y las lógicas críticas del afuera, ante un comienzo de temporada tan pobre en números, como preocupante en rendimientos individuales y colectivos, el mayor acento se ponía en la falta de actitud que, por lo menos hasta allí, había evidenciado un equipo que había insinuado buenas intenciones en los amistosos de pretemporada.

Dicha apatía o liviandad en el andar dentro del campo de juego, se contraponía casi dramáticamente, por aquellos días, con la necesidad imperiosa de sumar puntos, de un conjunto que por historia debe luchar siempre por un demorado ascenso, pero que en contraposición y por imperio de las circunstancias, más que nada debía pelear cada unidad como si se tratase de la última, dada su incómoda situación en la tabla de los promedios.

Al mismo tiempo, y teniendo en cuenta la impronta que también necesariamente debía marcárseles desde el propio banco de los suplentes, esa indolencia y andar displicente en el terrero de juego, en esos primeros 270 minutos de fútbol efectivo, resultaban desagradablemente sorpresivos, para un Deportivo Morón conducido técnicamente por un ídolo del club, que conoce como nadie y ha dado sobradas muestras a lo largo de su carrera, lo que implica transpirar la camiseta del Gallo y arrojarse de cabeza, con tal de frenar un avance contrario.

Porque en definitiva, y futbolísticamente hablando, muchos creyeron interpretar en la crítica constructiva a un equipo que no respondía en absoluto, un intento desestabilizador de un cuerpo técnico, que tampoco parecía hallar los mejores caminos. Sin embargo, en este “Mundo Morón”, donde el paladar negro no existió ni existirá nunca y donde lo que se premia, por sobre todos los valores deportivos posibles, son la entrega y el esfuerzo, nadie pretendía convertir a este Gallo en el Barcelona de Guardiola, sino encender señales de alerta, hacia dentro y hacia afuera del propio plantel y cuerpo técnico, sobre la cruel coyuntura de un torneo atípico en la historia del Deportivo Morón, donde a caballo de la imperiosa necesidad de cosechar puntos para “ayer”, los tiempos de tolerancia normales para cualquier proceso, en este caso se acortan impiadosamente, independiente del nombre propio del entrenador de turno.

Al mismo tiempo, y a sabiendas del error cometido a la hora de detectar ciclos cumplidos, por parte de la actual dirigencia, muchos temían que, al igual que Norberto Salvador Daniele, Mario Darío Grana pasase a engrosar la lista de ídolos del club enlodados por una mala campaña, para evitar situaciones traumáticas y desagradables, como aquella despedida del propio “Gato”, en el “viejo” Francisco Urbano, cuando debiera retirarse insultado por buena parte del estadio, tras la derrota 0-2 ante Colegiales, en el cierre formal de un ciclo que, en el sentido común y las verdades futbolísticas, había llegado a su fin mucho tiempo antes, de aquella noche tan injusta como evitable.

Por desgracia, en este Morón que ha crecido institucionalmente como nunca, desde los románticos tiempos de Virgilio Machado Ramos, el vertiginoso crecimiento como institución, muchas veces no va debidamente acompañado de la madurez de algunos de sus protagonistas, sin importar el rol que ocupen circunstancialmente (dirigencial, comunicacional o de meros socios e hinchas), generando como resultante indeseada, situaciones de intolerancia, muchas veces extrema, donde el que critica desde afuera se convierte en un “tira mierda”, “anti Morón” o “mala leche”, mientras que el que pretende reservarse un apoyo crítico desde adentro, automáticamente pasan a revestir en las filas de los traidores y como tales, de los peores y más acérrimos enemigos.

Y en el medio, desafortunadamente, no ha de quedar nada, con el telón de fondo de una “caza de brujas” y un “pase de facturas” constante, entre ambos extremos del extravío, donde en la mala, aparecen los “yo les dije”, y en la buena afloran de igual modo, los “ahora que la chupen”.

Por fortuna, bien lejos de estas intrigas pseudos palaciegas y de cabotaje, donde únicamente los imbéciles y miserables dirimen sus traumas y neuras irresueltos terapéuticamente, el trabajo silencioso y mesurado del cuerpo técnico, sumado a la confianza renovada de un plantel, evidentemente cada semana más fuerte y consolidado, desde la cuarta fecha en adelante y con los primeros y trabajosos triunfos, el equipo fue adquiriendo lentamente una identidad, una solidaridad y una actitud, ausente en las primeras tras jornadas, que más allá de mejores o peores rendimientos, tranquilizan los crispados ánimos por el Oeste y que ahora así, se emparenta cada día más, con un equipo entrenado tácticamente por Mario Grana, un conocido abanderado del esfuerzo y el sacrificio, como valor inmanente e innegociable, sin importar las circunstancias.

Desde lo táctico, y a partir de la adquisición de una solidez defensiva cada fecha más evidente (mejora no casual y reiterada como primera necesidad para el éxito, por el propio Grana, ante cada micrófono), este Morón fue soltando amarras y aún ante la ausencia repetida de piezas fundamentales para su andamiaje, como el mismo y malherido Damián Akerman, supo hallar las variantes necesarias como para hacerse fuerte de local (donde, de hecho, aún no perdió) y hasta atreverse a algo insólito e insospechado, para la actualidad futbolística de las últimas tres y hasta cuatro temporadas: ganar de visitante…, y mereciéndolo.

Con un mediocampo combativo, sin el toque vistoso de Daniele, pero mucho más cerca de las necesidades actuales y la única manera posible de jugar en la difícil “B” Metro, Grana pudo encontrar en Gerardo Martínez, a ese enganche que Morón hace tiempo que precisa y extraña horrores, con el plus extra de su fenomenal pegada, tanto para clavarla de un ángulo, en un tiro libre, como para dar la asistencia en cortada perfecta, el pase entre líneas o de pelota parada, para habilitar al gol al compañero mejor ubicado, con la maravillosa lectura del fútbol y del terreno de juego, que sólo los realmente virtuosos pueden proveer.

Y con muchas individualidades que, como el propio equipo, y con la confianza y la tranquilidad que reportan los buenos resultados, fueron paulatinamente asentándose en sus puestos y trocando silbidos por aplausos, como Emiliano Mayola, Mariano Barbieri y Gastón Sánchez, entre los nuevos, y Mariano Martínez (a fuerza de goles y de volver a ser el “patrón” solidario de fines de temporada pasada) y, fundamentalmente, Ariel Otermín, sin dudas el más castigado de todo el equipo, en esas primeras jornadas y que por estas horas no sólo comienza a ser reconocido por sus notables goles ante el “Funebrero”, sino por constituir uno de los puntos más altos de una sólida defensa, desde hace ya una par de fechas, junto a un imprescindible Ariel Berón.

Sumado a esto, la seguridad para el “bronce” de Alejandro Migliardi, la prodigalidad generosa de Martín Granero; la esperada recuperación física (y también futbolística) de Dante Zúñiga; la alternativa más que interesante, de un polifuncional Hernán Parentini; la agradable sorpresa de un incansable Ezequiel Cérica, que cuando se le abra el arco, como a todos los goleadores, obligará a jugar cada vez mejor a Mariano Martínez, para conservar la titularidad; más la consolidación de los chicos (y no tan párvulos) del club, como Rodrigo Basualdo, Marías Orihuela y Luis Ferreyra, y hasta el efecto “contagio” que se produjera en Esteban González, que de a poco va justificando su llegada y asemejándose cada vez más, al buen jugador que sufriéramos con la casaca violeta de Dálmine…, este Morón de Mario Grana que empezó para el cachetazo y que si bien hoy, no brilla del virtuosismo, se ha transformado en un conjunto sólido, compacto, solidario, inteligente y con temperamento.

Con mucho camino aún por recorrer, ocho fechas más tarde el panorama es absolutamente diferente, con un equipo que sabe lo que quiere y conoce los caminos para plasmarlo en la cancha, batallando cada balón como si fuese el último, a sabiendas que cada punto resulta vital para la lucha feroz en ambos frentes. Y que ha cosechado logros destacables, y también impensados en nuestro pasado reciente, como treparse a la punta luego de muchísimo tiempo, dar vuelta un resultado con decisión y coraje, ganar el partido que lo deposite en el liderazgo y ante su público, así como hacerse fuerte y vencer en un clásico, luego de tanto, pero tanto tiempo, desde aquél recordado 4 a 0 a Nuevo Chicago en el “viejo” Urbano, con el debut con triplete de Ramiro López.

En la “dinámica de lo impensado”, como se definiera con acierto al fútbol, el Deportivo Morón de Mario Grana va demostrando que en silencio, con seriedad y un concepto táctico claro y que comienza a dar sus frutos (de hecho, ante “Chaca”, los tres goles sobrevinieron de pelotas paradas, preparadas y ensayadas en la semana), lo único previsible es el triunfo, por “prepotencia de trabajo”.

Una “prepotencia” que, esperemos, no siga contaminando al “Mundo Morón”, fuera del campo de juego, para que no haya vencedores ni vencidos porque, en definitiva, los verdaderos “enemigos” del Gallo, no se hallan ni se hallarán jamás entre nosotros mismos.

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