Por lo general, suele afirmarse que el “triunfo” tiene
muchos “padres” y que, en contraposición, la “derrota” suele ser “huérfana”. En
contraste, en nuestro anunciado y particular suplicio, la increíble debacle
cuenta con varios progenitores, biológicos y “putativos” (fundamentalmente,
reverenciales hijos de éstos últimos), y de las bondades de la victoria no
podemos hablar demasiado, puesto que brillan por su ausencia desde hace 24
años.
En rigor de verdad, el Deportivo Morón no llega a este
indeseado y traumático sprint final, por mera obra de la casualidad o la
impredecibilidad de los resultados deportivos, sino por la nefasta concurrencia
de imbecilidades, incapacidades, egocentrismos miserables y desatinos
repetidos, a lo largo de sus últimos 20 años de historia.
Ya sea por la alternancia en la gestión, de dirigencias tan
obsoletas como ineficaces, proclives a manejar el club como un coto personal de
caza; como por el advenimiento de falsos mesías de la renovación, el desarrollo
y la apertura, portadores de vacías promesas, tangibles como el “humo de los choripanes”
y fraudulentos cual “moneda de tres pesos”.
En este contexto, no exento de algún que otro ejemplo
(contado con los dedos de la pata del Gallo) de correcta administración
institucional y relativo éxito deportivo, no podía resultar nada diferente a
los vivido (y muchas veces padecido) en las últimas dos décadas, caracterizadas
por el deterioro constante y paulatino de nuestro prestigio, respeto y
predicamento, como entidad señera de todo el Oeste metropolitano, desde Flores
o Liniers y hasta Luján o Mercedes.
En efecto, sin los necesarios procesos de genuina renovación
dirigencial y entretenidos en sempiternas luchas intestinas, tan repetidas y
previsibles como los gags de “Los Tres Chiflados”, los sueños de grandeza de
nuestros inolvidables padres fundacionales, resultarían reemplazados por las
miserias y bajezas de los “caballeros del fracaso”, de las deudas y los
juicios, de los estados contables poco claros y la pérdida de patrimonio y
bienes inmuebles.
Sin aprender lección alguna del pasado, aún de los años más
institucionalmente oscuros, hemos asistido al apogeo y caída de Roma, tantas
veces como pudiese registrar nuestra memoria, a pesar del bloqueo y negación a
los que debemos haber tenido que recurrir necesariamente para, de manera inconsciente
e involuntaria, ser capaces de sobrevivir a
tamaña y contumaz estupidez, sin enloquecer en el intento, ni romper en
mil pedazos el carnet.
De dejar en libertad de acción a todo un plantel completo,
por el olvido administrativo de remitir en tiempo y forma los telegramas de
renovación de los vínculos contractuales, pasando por la acumulación de meses de
atraso en el pago de los sueldos de jugadores y salarios de los trabajadores,
con algún que otro intento de “abonar” los emolumentos profesionales, a partir
de colaboraciones solidarias entre los socios y simpatizantes, urnas mediante y
en plena calle, hasta llegar al bizarro recurso de ofrecer docenas de empanadas
en ausencia de efectivo; evidentemente, de aquellos improvisados tiempos a esta
parte, pareciera que no hubiésemos aprendido enseñanza alguna.
Del preanunciado descenso a la “B” Metropolitana (tras una
década de militar en la “B” Nacional), la quiebra y convocatoria de acreedores,
los empresarios cárnicos y su nulo aporte, el club concursado, los jueces y
síndicos, la institución intervenida y sin decisión propia y soberana (de no
mediar la determinación de la justicia competente), los embargos y las
inhibiciones de los refuerzos, tanto sea por el atraso en la liquidación
final a los futbolistas prescindidos, como por la demora de los funcionarios
judiciales en la aprobación de los nuevos contratos; pues de ésta otra época
convulsionada, se desprende que tampoco hemos acusado verdadero recibo.
De los mismos nombres y apellidos “vitalicios” en la
neurálgica y siempre errática subcomisión de fútbol, de las concesiones “sui
géneris” sin licitaciones, ni bases ni muchos menos condiciones, ni
habilitaciones ni baños con agua, de los recitales en el viejo gimnasio con la
organización de los “buenos muchachos” sin participación ni control de las
autoridades del club, de los asados los jueves por la noche aunque el humo de
los chorizos entorpeciera el normal desarrollo de un encuentro de básquet, de
las intimaciones de la misma municipalidad cuyos representantes se hallan hoy
en nuestra directiva, para que reparemos las veredas y las luminarias del
“viejo” Urbano, tampoco pareciera que tuviésemos un mínimo registro.
De los desmanes que supimos conseguir, con complicidad
invalorable de la histórica e interesada inoperancia policial que, fogoneada
desde el tradicional nucleamiento de comerciantes e industriales de la zona,
con el inestimable visto bueno y auspicio de la referida comuna local, los
mismos que también hoy se sientan al lado nuestro en la Platea Oficial del Nuevo
Francisco Urbano, o participaron de su acto inaugural como un hincha de toda la
vida más (sin que a muchos se los haya visto jamás por Brown y Juan José Valle),
que precipitaran el principio del fin del eterno y entrañable Francisco Urbano,
con las dudas sobre el origen de los disturbios dentro del “viejo” estadio y
las sospechas sobre el humo previo al final del encuentro (y el humo…, siempre
el humo…, tal vez como presagio de lo por venir) de un patrullero incendiando
en una ubicación inusitada sobre el acceso a plateas, casi sobre La Roche.
De nuestra incapacidad manifiesta para autogestionarnos y
administrarnos con eficiencia e idoneidad, tanto en lo deportivo como
institucional, que determinaran el “salvataje”
expeditivo de aquellos mismos que históricamente nos dieran la espalda, (durante
años de ejecutivo y sin el más mínimo disimulo), formalizado a partir de la
imposición de una “lista de unidad” tan ficticia como cualquier “matrimonio por
conveniencia”, con tal de asegurar la consecución exitosa del proyecto de
infraestructura física más trascendente del distrito en los últimos quince
años, además de una oportunidad de negocios inmobiliarios sin precedentes y de
alcances varias veces millonarios, y hasta de plataforma política para la
instalación de un candidato a la intendencia con chances reales de triunfo, en
un objetivo de continuidad de intereses creados, tan por fuera y alejados de
los institucionales, como “prendas de cambio” previsibles y tolerables a la
hora crítica de los balances en rojo, el cierre de las cuentas bancarias y la
clausura del crédito externo, por deméritos propios.
De jóvenes líderes con aires de renovación y cambio,
portadores de promesas de grandeza a plazo fijo y éxito inmediato, tan convincentes
y vacías cual mercader callejero o “encantador de serpientes”, para más tarde
abdicar de todas y cada una de ellas, a través de la instauración de un tipo de
liderazgo personalista, obstinado y errático, en el marco de un sistema de
gestión basado en el amiguismo, la división entre “hermanos de sentimiento”, la
institucionalización de la obsecuencia como malla de contención y la difamación
sistémica del crítico, en quien trasladar la responsabilidad y las culpas de la
inexperiencia e inoperancia propias, bajo la cosmética dialéctica de los
enemigos y desestabilizadores del ignoto “proyecto”; en la sospecha permanente
del entretejido de intrigas y operaciones políticas subterráneas, sólo propias
de aquél que se halla acostumbrado a realizarlas en lo cotidiano, como
justificación o simple manifestación de impotencia ante la crisis y la
imposibilidad manifiesta de generar respuestas positivas y eficaces, capaces de
revertir resultados y procesos adversos.
Todo ello, claro está, con la imprescindible e invalorable
colaboración de los “caballeros vitalicios del fracaso” y de sus históricos adláteres,
así como de los “ciegos” por conveniencia, los “mudos” por interés y los
“sordos” por cobardía, sin olvidarnos de los genuflexos por definición y los
oportunistas por convicción, sin más “camiseta” que la suya propia.
A diez pasos del “patíbulo” de la “C”…, no por casualidad.
RECEN POR MI (Hoy más que nunca).
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