Toda vez que una institución de fútbol desciende de
categoría, suelen repetirse casi como verdad revelada, los mismos síntomas que,
enhebrados en el tiempo, habrán de desencadenar el trago más amargo desde lo
deportivo.
En primera instancia, desde lo futbolístico y también lo
reglamentario, se necesitan tres temporadas de magros resultados, de acuerdo al
sistema de promedios adoptado desde hace lustros, por nuestro fútbol, para
condenar invariablemente a la pérdida de una categoría.
En segundo término, resulta impostergable subrayar, la
responsabilidad primera de grupos de jugadores profesionales y directores
técnicos, todos ellos protagonistas directos del fracaso dentro del terreno
mismo de juego. Sin embargo, en una cadena de mando, donde el jugador de
fútbol resulta (junto al cuerpo técnico), la cara más visible de la defección
deportiva, no debe omitirse la participación necesaria de la subcomisión de
fútbol, de cada institución condenada al descenso, culpables directos y
primigenios del error en la toma de decisiones, selección y contratación de los
sucesivos entrenadores y planteles, con el agravante insoslayable de la
repetición contumaz en la fatal equivocación, puesto que hablamos de un yerro
repetido durante tres temporadas distintas y sucesivas.
Más tarde, en tercera instancia, suele asimismo repetirse la
existencia de una directiva en crisis, en cada uno de estos clubes que soportan
anualmente la pérdida de una categoría, devorados hacia adentro por luchas
intestinas y mezquindades varias, donde la guerra de egos y los personalismos
desmedidos, terminan por condenar al descenso a dichas instituciones, desde la
toma de decisiones, mucho antes que desde lo estrictamente deportivo.
En nuestro caso particular, si algo faltaba para completar
la profecía autocumplida de todo descenso anunciado, era el
enfrentamiento inoportunamente desenmascarado, tras largos meses de silencios
cómplices y acompañamientos pusilánimes o interesados, de una dirigencia de
Morón peligrosamente anestesiada, entre los festejos prolongados por la
inauguración de un estadio modelo; para una institución que desde lo deportivo,
en su expresión fundacional y de mayor arraigo y prestigio, se halla al borde
de una descenso, que implicaría un retroceso de más de tres décadas en su rica
y vapuleada historia.
Incapaces de escapar a esta lógica casi fatal, de la
pérdida de la categoría por promedios, los responsables de conducir los
destinos de nuestro querido Deportivo Morón, han repetido punto por punto,
todos y cada uno de los errores que condujeran en el pasado y lo seguirán
haciendo en el futuro, a infinidad de instituciones en el fútbol argentino, al
camino sin salida de la pérdida de una categoría, desde la errónea elección de
planteles enteros, durante las últimas dos a tres campañas; sumadas a la
equivocación reiterada, tanto a la hora de escoger un cuerpo técnico, indicado
específicamente para este tipo de coyunturas tan críticas, cuanto al momento
(siempre exageradamente demorado) de reconocer el final de los ciclos tácticos
y proceder al despido de los mismos entrenadores.
Hacia adentro, la concentración de poder decisorio real en
pocas manos y no precisamente las más idóneas (se trate de aquellos inexpertos,
que pecaran de soberbia y ostracismo, como de aquellos verdaderos “caballeros
del fracaso deportivo”, históricos y reiterados responsables de 23 años sin
vueltas olímpicas), ha determinado la instauración de un régimen casi
autocrático en el ejercicio de la gestión, con el consentimiento tácito y
beneplácito cómodo, de una comisión directiva numerosa en nombres propios y
escasa en verdaderos compromisos; con el telón de fondo de una puja jamás
solucionada entre sectores mortalmente antagónicos, sólo reunidos tras la
figura fuerte de una conducción personalista, que disimulara enfrentamientos y
concentrara poder y atribuciones efectivas, en ausencia de apoyos y
acompañamientos sinceros, sustituidos por el silencio de una unidad sólo formal
y aparente, mientras por lo bajo, "rumiaban" fastidios, recelos
y mascullaban penas de ego herido, por desplazamientos de confianza o
falta de reconocimiento.
Es por ello que en esta, seguramente nuestra hora más crucial, desde los
deportivo y en particular, desde lo estrictamente futbolístico (nuestra
actividad fundacional, primigenia y que nos identifica inequívocamente ante el mundo), los encargados de dirigir los destinos del club deberán despojarse por completo (unos y otros), previo y necesario sinceramiento, de toda mezquindad, personalismo o egolatría, demostrando ante el cúmulo de socios y simpatizantes del Deportivo Morón, angustiados ante este crítica actualidad, una grandeza no evidenciada hasta la fecha, como único camino capaz de revertir una situación casi de manual, que desde lo dirigencial antes de lo deportivo, nos está conduciendo invariablemente al abismo tan temido del descenso de categoría.
Porque, en definitiva, resultaría ocioso y sin embargo dable recordar, que el club es sólo de los socios e hinchas y que su clase dirigente, meros administradores y tenedores momentáneos del mandato societario, jamás y bajo ningún pretexto, podrá colocarse por encima de los intereses permanentes de la institución, largamente trascendentes a cualquier nombre propio o cargo circunstancial. De lo contrario, nuestra suerte institucional estará irremediablemente echada y la primera "C" no será más que el mal menor y el primer golpe de una caída tan abrupta, como inversamente proporcional al sueño de Pagano, Ferrante, Capelli, Urbano, Machado Ramos, Capurro y tantos otros próceres.
Ojalá se sitúen, de una buena vez y por el bien de la institución, a la altura de las circunstancias y los desafíos. Porque si, "a los tibios los vomita Dios", a los estúpidos los condenará la historia.
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