miércoles, 21 de agosto de 2013

Crisis CDM.



Toda vez que una institución de fútbol desciende de categoría, suelen repetirse casi como verdad revelada, los mismos síntomas que, enhebrados en el tiempo, habrán de desencadenar el trago más amargo desde lo deportivo.

En primera instancia, desde lo futbolístico y también lo reglamentario, se necesitan tres temporadas de magros resultados, de acuerdo al sistema de promedios adoptado desde hace lustros, por nuestro fútbol, para condenar invariablemente a la pérdida de una categoría.

En segundo término, resulta impostergable subrayar, la responsabilidad primera de grupos de jugadores profesionales y directores técnicos, todos ellos protagonistas directos del fracaso dentro del terreno mismo de juego. Sin embargo, en una cadena de mando, donde el jugador de fútbol resulta (junto al cuerpo técnico), la cara más visible de la defección deportiva, no debe omitirse la participación necesaria de la subcomisión de fútbol, de cada institución condenada al descenso, culpables directos y primigenios del error en la toma de decisiones, selección y contratación de los sucesivos entrenadores y planteles, con el agravante insoslayable de la repetición contumaz en la fatal equivocación, puesto que hablamos de un yerro repetido durante tres temporadas distintas y sucesivas.

Más tarde, en tercera instancia, suele asimismo repetirse la existencia de una directiva en crisis, en cada uno de estos clubes que soportan anualmente la pérdida de una categoría, devorados hacia adentro por luchas intestinas y mezquindades varias, donde la guerra de egos y los personalismos desmedidos, terminan por condenar al descenso a dichas instituciones, desde la toma de decisiones, mucho antes que desde lo estrictamente deportivo.

En nuestro caso particular, si algo faltaba para completar la profecía autocumplida de todo descenso anunciado, era el enfrentamiento inoportunamente desenmascarado, tras largos meses de silencios cómplices y acompañamientos pusilánimes o interesados, de una dirigencia de Morón peligrosamente anestesiada, entre los festejos prolongados por la inauguración de un estadio modelo; para una institución que desde lo deportivo, en su expresión fundacional y de mayor arraigo y prestigio, se halla al borde de una descenso, que implicaría un retroceso de más de tres décadas en su rica y vapuleada historia.

Incapaces de escapar a esta lógica casi fatal, de la pérdida de la categoría por promedios, los responsables de conducir los destinos de nuestro querido Deportivo Morón, han repetido punto por punto, todos y cada uno de los errores que condujeran en el pasado y lo seguirán haciendo en el futuro, a infinidad de instituciones en el fútbol argentino, al camino sin salida de la pérdida de una categoría, desde la errónea elección de planteles enteros, durante las últimas dos a tres campañas; sumadas a la equivocación reiterada, tanto a la hora de escoger un cuerpo técnico, indicado específicamente para este tipo de coyunturas tan críticas, cuanto al momento (siempre exageradamente demorado) de reconocer el final de los ciclos tácticos y proceder al despido de los mismos entrenadores.

Hacia adentro, la concentración de poder decisorio real en pocas manos y no precisamente las más idóneas (se trate de aquellos inexpertos, que pecaran de soberbia y ostracismo, como de aquellos verdaderos “caballeros del fracaso deportivo”, históricos y reiterados responsables de 23 años sin vueltas olímpicas), ha determinado la instauración de un régimen casi autocrático en el ejercicio de la gestión, con el consentimiento tácito y beneplácito cómodo, de una comisión directiva numerosa en nombres propios y escasa en verdaderos compromisos; con el telón de fondo de una puja jamás solucionada entre sectores mortalmente antagónicos, sólo reunidos tras la figura fuerte de una conducción personalista, que disimulara enfrentamientos y concentrara poder y atribuciones efectivas, en ausencia de apoyos y acompañamientos sinceros, sustituidos por el silencio de una unidad sólo formal y aparente, mientras por lo bajo, "rumiaban" fastidios, recelos y mascullaban penas de ego herido, por desplazamientos de confianza o falta de reconocimiento.

Es por ello que en esta, seguramente nuestra hora más crucial, desde los deportivo y en particular, desde lo estrictamente futbolístico (nuestra actividad fundacional, primigenia y que nos identifica inequívocamente ante el mundo), los encargados de dirigir los destinos del club deberán despojarse por completo (unos y otros), previo y necesario sinceramiento, de toda mezquindad, personalismo o egolatría, demostrando ante el cúmulo de socios y simpatizantes del Deportivo Morón, angustiados ante este crítica actualidad, una grandeza no evidenciada hasta la fecha, como único camino capaz de revertir una situación casi de manual, que desde lo dirigencial antes de lo deportivo, nos está conduciendo invariablemente al abismo tan temido del descenso de categoría.

Porque, en definitiva, resultaría ocioso y sin embargo dable recordar, que el club es sólo de los socios e hinchas y que su clase dirigente, meros administradores y tenedores momentáneos del mandato societario, jamás y bajo ningún pretexto, podrá colocarse por encima de los intereses permanentes de la institución, largamente trascendentes a cualquier nombre propio o cargo circunstancial. De lo contrario, nuestra suerte institucional estará irremediablemente echada y la primera "C" no será más que el mal menor y el primer golpe de una caída tan abrupta, como inversamente proporcional al sueño de Pagano, Ferrante, Capelli, Urbano, Machado Ramos, Capurro y tantos otros próceres.

Ojalá se sitúen, de una buena vez y por el bien de la institución, a la altura de las circunstancias y los desafíos. Porque si, "a los tibios los vomita Dios", a los estúpidos los condenará la historia.


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