domingo, 1 de septiembre de 2013

“C” nos agota el tiempo (y la paciencia)…



Película repetida, si las hay, el final con angustioso desahogo ajeno (una vez más, y van?...), no hizo más que premiar la voluntad (sin ideas, ni volumen de juego) del Chicago más mediocre de los últimos años –por lo menos, desde que volvimos a enfrentarlos- y castigar la mezquindad de un Morón que, también carente de ideas y de juego asociado, pretendió resistir en su propia mitad del campo el triunfo parcial, merced a un zapato de otro partido de Gerardo Martínez, resignando balón y terreno, a favor del local, por espacio de todo el complemento.

Y hablamos de un filme ya desgraciadamente conocido, puesto que, en primera instancia, no resulta la primera vez que al Gallo se le escapa un triunfo o resultado favorable, en el descuento de un partido, sin importar los intérpretes dentro del rectángulo de juego, los entrenadores al borde del mismo o la temporadas y las circunstancias particulares de los cotejos; puesto que en más de un caso y salvando las enormes diferencias de implicancias deportivas, entre un encuentro y el otro, seguramente el empate de Emiliano Ronconi, a falta de segundos para el pitazo de Nicolás Lamolina, nos retrotrajo fatalmente a junio de 2006, en el “Tomás ‘Tito” Tomaghello”, cuando Ezequiel Miralles nos clavara ese puñal envenenado, en forma de tiro libre directo, dolorosa inflexión del tiempo y un destino que parece ensañado con nuestra suerte y empeñado en acompañarnos de por vida, sin posibilidad alguna de redimir la historia o exorcizar definitivamente los fantasmas.

Claro que a la suerte es imprescindible ayudarla, puesto que de lo contrario, deberíamos gestionar ante la FIFA, cuanto antes, que los partidos de fútbol finalicen invariablemente en el minuto 90 y, de ser factible, mejor en el ’85. Porque, en segunda instancia, para pretender sostener durante nada menos que ´49, un resultado a favor, en la propia mitad del terreno de juego, es necesario previamente y como condición sine qua non, contar con una defensa sólida, confiable y previsible, además de concentrada hasta el último suspiro reglamentario.

Y convengamos que la defensa, precisamente, no constituye uno de los puntos más altos de este equipo del Gallo, versión 2013/2014, que a decir verdad y sin ánimo de herir susceptibilidades de ninguna índole, hasta el momento y en cinco fechas, no ha evidenciado ningún punto alto individual ni mucho menos de conjunto, más que el consabido valor agregado de Alejandro Migliardi en el arco, en esta ocasión ni siquiera acompañado por un visiblemente disminuido Damián Akerman, más cercano a un estoico “Cid Campeador” (herido “mortalmente”, pero en cancha por su enorme valor simbólico) que al goleador histórico que todos conocemos.

Pese a todo ello, y aunque resultase hasta contradictorio, es justo subrayar que la defensa del Deportivo Morón jugaría en el “República de Mataderos”, su mejor partido a la fecha, sin lugar a dudas. Sin embargo, pagaría el muy alto precio, a escasos segundos para el cierre del encuentro, de apostar a la “ruleta rusa” de esperar en el propio campo, cada vez más cerca de su área grande, para contrarrestar los desesperados intentos ofensivos del rival, que por previsibles y faltos de ideas que se manifiesten, siempre asomarán como peligrosos, cuando como contrapartida, no se cuentan con los antecedentes suficientes de solidez y concentración necesarios.

En efecto, tras un primer tiempo aceptable, donde sin demasiadas luces, la visita resultaría superior al “Torito” y hasta justificaría la victoria parcial, en particular a partir de la apertura del marcador (por obra y gracia de un zapatazo demoledor de Gerardo Martínez), el Gallo decidiría asumir el rol de simple partenaire, durante toda la segunda etapa, resignando la posibilidad de cualquier contra que pudiese definir el encuentro, o de defenderse en terreno contrario, a partir del ejercicio y usufructuo del manejo de la pelota, decisión táctica que enarbolaría como única bandera de triunfo y jamás abandonaría, ni siquiera en superioridad numérica, ante la infantil expulsión de Germán Lanaro.

Claro que la decisión de ceder la responsabilidad del protagonismo, para abroquelarse y “resistir” bien cerca de Migliardi, no constituye una novedad en el esquema táctico de Mario Grana, si nos atenemos a lo observado en los minutos iniciales del cotejo frente a Platense, en Vicente López, donde a partir de dibujos tácticos similares, en comparación con lo visto en el mediodía de Mataderos, intentaría hacerse fuerte en su última línea, resignando también la posesión del balón y la ocupación de los espacios en ofensiva, hasta el instante preciso de la apertura del marcador por parte del “Calamar”; para luego y hasta el final del encuentro, quedarse naturalmente sin argumentos ni planes alternativos, a la hora de la búsqueda de un empate o un triunfo, resignado desde mucho antes, esto es, desde el momento exacto de la definición del planteo estratégico.

En este punto, debemos concluir que la retracción en materia de protagonismo, proviene de bastante tiempo antes y no constituye un demérito únicamente adjudicable a Mario Grana. De hecho, y con al salvedad del “extremo” protagonismo ejercido durante los ciclos del “Gato Daniele, hace mucho que el Deportivo Morón no logra hacerse fuerte en ningún escenario, incluido el propio “viejo” Francisco Urbano (y su prolongación necesaria en el nuevo estadio), con equipos otrora chicos, que deportivamente nos han perdido progresivamente el respeto, culpa exclusiva del Gallo y sus incidentales representantes dentro del campo de juego, que por ejemplo, han sabido construir el oprobio, inimaginable años atrás, de todo un torneo entero de visitante (es decir, 21 fechas) sin triunfos lejos de casa.

Cierto es que existen formas y maneras diferentes de resignar el protagonismo, en beneficio de un resultado circunstancial y favorable, tan reglamentariamente legítimo, como mezquino y alejado de la naturaleza y la costumbre histórica, de un equipo grande para la categoría, como inequívocamente lo es Morón. Sin embargo, el riesgo que se corre, cada vez que se asume este tipo de planteos tan óptimamente “antipáticos” para con la propia gente y el espectáculo, es que el pragmatismo futbolístico nos conduzca al límite de la verguenza deportiva, con el consecuente deterioro de la imagen y la progresiva pérdida de prestigio.

Porque en definitiva, y ya de regreso al empate con sabor a derrota, del último sábado en Mataderos, es que aún en el triunfo, no hubiese habido demasiadas razones para la algarabía desmedida, más allá de la satisfacción lógica por la victoria en el clásico, en presencia de un equipo que no logra hilvanar una secuencia de dos pases seguidos y en ofensiva, genera muy poco y concreta muchísimo menos (tanto como dos goles en cinco jornadas).

Ya que, casuística comprobada, no todos los próximos partidos podremos ponernos en ventaja y hasta ganarlos, mediante la vía del golazo de tiro libre. Y lo más factible, y también penoso, es que desde la probabilidad futbolística, resulten muchos más los encuentros que perdamos, de aquellos que podamos salir decorosamente airosos.

Es que este Morón sin rumbo, y ajeno a su historia y su prestigio, vuelve a prolongar en cancha, la agonía de los ciclos cumplidos y las demoras inexplicables (y repetidas) en la toma de las decisiones tan necesarias.

Mientras nadie se hace cargo, “C” nos agota el tiempo y la paciencia.

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