Foto: gentileza, Osvaldo Abades (h). |
En un partido de pocas luces, Morón
logró vencer a Tristán Suárez 2x1 y continuó con su racha vencedora de local. Mayola
resultó el salvador de un equipo que luce entenado y al son de Dios. En la
próxima fecha recibirá a Armenio.
Dicen que la felicidad es un destino al que se llega de diversas maneras. Y pareciera que Morón –fiel a su historia- está destinado a chocar con la piedra del sufrimiento. La vida, a la par del fútbol, transita caminos imperfectos: da una vuelta en el aire y sigue su propia aventura. Y, por momentos, pareciera que está dispuesta a jugar a la ruleta rusa con Morón. Partidos de local con ráfagas de interés y finales infartantes, y otros de visitante en dónde son un via crucis eterno. En un partido ilógico la justicia le hizo un guiño a Morón.
La previa del partido le exigía a Morón una muestra de carácter que lo reconciliara de inmediato con la gente. Sus presentaciones fuera de casa crisparon a propios y ajenos, al punto de dejar a su DT en ridículo en cancha de Platense. En este fútbol ilógico, Giunta -de impronta conservadora- hizo saltar la banca: optó por la reaparición de Lemos y Gásperi, quienes parecían en el arcón de los recuerdos, y el ingreso de Nanía por Páez para lograr con URGENCIA tres puntos, con forma de oxígeno para un técnico muy resistido por planteos mezquinos y la disputa mediática con Akerman a finales del año pasado.
Para Morón el inicio fue inmejorable: Mayola, capitán y sostén de ilusiones, capturó un balón en media cancha y su corajeada, previo paso por Yassogna, derivó en el gol de Domínguez. Jamás imaginó que Mauro Beltramella, golero visitante, le iba a permitir el gol más sencillo de su vida. Morón, sin quererlo, encontraba rápidamente el sol en su camino. Se sacó de encima una mochila muy pesada y eso se vio reflejado en el juego asociado, fluido hasta ¾ de cancha, sector en donde siempre chochó contra la férrea defensa visitante. Martínez tuvo en Domínguez y Yassogna intérpretes fidedignos para buscar el segundo gol. Sin embargo la realidad golpeó la puerta. Nanía regaló un pase en zona media, que derivó en un pelotazo y una soberbia definición de Farías. El corazón lloró sin haber visto el final de la película.
El segundo tiempo desnudó a Morón mejor que una mujer: lo encontró urgido, impreciso e impotente. Altobelli chocó una y mil veces ante los defensores, Martínez buscó incansablemente la jugada individual. El viento parecía rumbo a llevarse todo. Sin embargo… el momento clave llegó a los 21’ cuando Melián fue expulsado por doble amarilla. Allí Tristán Suárez le dijo adiós a cualquier posibilidad de llevarse algo. Morón empezó la búsqueda a ciegas, ya sea con insípidos remates al arco o con interminables centros destinados al olvido. Hasta Lillo, jugador muy criticado, resultó el obrero perfecto, equilibrista entre el impulso y las necesidades. Los minutos corrían y la impaciencia era una daga que a cada instante fulminaba las ilusas ilusiones nuestras.
Tanto fue el cántaro a la fuente que cumplió con su cometido. Lemos recordó
sus buenos tiempos, lanzó un centro y Mayola lo transformó en gol, no sin antes
pasar por la frágil aduana de Beltramella. Más que un gol fue un grito de
esperanza. Morón, sin querer, pudo vencer a Morón. Por una –maldita- vez la
película tuvo final feliz. El desafío ahora será animarse a modificar y
transitar el camino correcto. El presente, por desgracia, está cargado de
vicios. No le pidamos más a Morón. Aceptemos la realidad: Morón necesita de
nuestros corazones. ¡Bienvenidos al sufrimiento!.
Por: Matías Colinas.
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