Que los hinchas de Morón estamos predestinados a sufrir, ya a nadie le quedan dudas. Después del tornado y sus efectos devastadores sobre el Francisco Urbano, sólo la tozudez, el compromiso y el amor incondicional de un grupo de socios y simpatizantes, pudieron lograr que el viejo estadio del Gallo volviera a abrir sus puertas, bastante antes de las apocalípticas previsiones iniciales, gracias al enorme esfuerzo, dedicación y labor desinteresada de lunes a lunes, desde la mañana y hasta el atardecer, para volver a reconstruir con sus propias manos y ladrillo a ladrillo, todos aquellos recuerdos gratos y no tan amables, contenidos en cada muesca de los mismos muros que el impiadoso vendaval del miércoles 4 de abril último, derrumbara sin reparos junto a buena parte de nuestra historia vital compartida.
Y luego de poco más de quince largos días de espera y cuando todo estaba preparado para una verdadera fiesta, como suele suceder ante cada reencuentro entre seres muy queridos, una vez más ese destino fatal y esquivo que con claras evidencias no considera al Deportivo Morón entre sus favoritos, volvió a darnos la espalda en lo deportivo a través de una derrota tan injusta como costosa, teniendo en cuenta que se trataba del ansiado retorno a casa, por un lado, y de un partido fundamental para zafar definitivamente del fantasma silente de la promoción, al enfrentar a un rival directo en la misma lucha, como lo es San Telmo, por el otro.
En efecto, este Morón que acumula siete partidos sin conocer la victoria (con cuatro caídas y tres empates) y que ha cosechado nada más que tres de los últimos 21 puntos en juego, recibía al “Candombero” con la esperanza de volver a sumar de a tres para, de paso, olvidarse por completo, por lo menos por lo que resta de la presente temporada, de la amarga tabla de los promedios, algo impensado a principios de este mismo torneo. Sin embargo y luego del traspié final por 1 a 0, el Gallo no sólo que no logró escaparle definitivamente al riesgo de una promoción indeseada, sino que además redujo el margen de distancia con el propio “Telmo” a tan sólo siete unidades, a falta de quince en disputa para los de la “Isla” y de dieciocho en el caso del Gallito, teniendo en consideración el cotejo aplazado ante Acassuso, de local, precisamente a consecuencia de las graves secuelas de la tormenta sobre nuestro ánimo e infraestructura edilicia.
Así como en temporadas anteriores, en las cuales el Deportivo Morón peleaba los puestos de vanguardia, no conseguía ganar aquellos partidos determinantes contra rivales directos en la misma pulseada, en este pálido torneo que lo tiene anteúltimo en las posiciones generales, no ha logrado imponerse en aquellos cotejos vitales para poder respirar aliviado, resignando valiosos puntos, tanto de local como visitante, contra aquellos conjuntos que a comienzos de año lo observaban de lejos, desde las profundidas abisales del promedio y desde hace algún tiempo le han dado caza y hoy lo tienen como objetivo prioritario a la hora de trasladar la soga al cuello del descenso.
Y si bien pareciera exagerado y hasta improbable, dado el panorama antes referido, sobre cantidad de unidades en juego en relación a puntos de ventaja, la declinante y preocupante manera en que este Morón ha decidido terminar el actual torneo, sin respuestas futbolísticas ni anímicas ante la adversidad de una derrota, pero fundamentalmente frente al coraje que requiere tamaña lucha por el mantenimiento de la categoría, hoy nos hace pensar en cualquier escenario posible, por oscuro que éste resulte, ante la alarmante falta de previsibilidad a la hora de una hipotética e imprescindible sumatoria de puntos. Y como ejemplo, bien vale el susto mayúsculo que se llevara Los Andes en la pasada temporada, al jugar una promoción también insospechada, pero bien ganada a fuerza de derrotas y una paupérrima campaña.
También es cierto que el Gallo no mereció perder y que debió por lo menos haber accedido al empate frente al “Candombero”, de no haberse interpuesto la actuación superlativa del arquero visitante, Leandro Evangelisti, quien se erigiera en figura indiscutida del cotejo, a partir de cuatro o cinco tapadas providenciales que, sumadas a la falta de puntería de los delanteros locales, hiciera que los valiosos tres puntos en pugna viajaran en bote por el Riachuelo y hasta la Isla Maciel, aunque la justicia nuevamente se halla dado de bruces con los premios y castigos al cierre del encuentro.
En definitiva, merecimientos al margen, el Gallo cosechó otra derrota, de las más onerosas, que nos obliga a padecer este campeonato que ya se torna eterno, hasta la fecha 42° del mismo, con calculadora en mano, pero por sobre todas las cosas, con la incertidumbre de un equipo que hoy por hoy, y a la luz de los últimos rendimientos, no podemos asegurar que sea capaz de sumar las unidades necesarias para salvarse de todo, de acá y hasta el cierre de la presente temporada.
Aunque, en este punto, lo más problable resulte que, de cerrarse con susto pero sin grandes sofocones, como todos esperamos e intuimos, seguramente será más por la incapacidad de los demás en aprovecharse integralmente de nuestras dramáticas inutilidades, que de las posibilidades reales propias de mejorar en lo inmediato, todo lo malo, feo y triste evidenciado en 36 jornadas de campeonato, de las páginas más patéticas, bochornosas y vergonzantes en toda nuestra rica y maltratada historia.
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