Morón empató en el final ante Estudiantes y
desperdició una oportunidad para pelear el título. Sin fútbol ni ideas, rescató
un empate en la última jugada. La semana
próxima recibiremos a San Telmo en un duelo que resultará decisivo.
En la gélida tarde de viernes, Morón tenía
la chance de decir presente en la lucha por el torneo. Lejos en la tabla, con
la gente alejada de las tribunas (por la costumbre de días y horarios
ridículos) y ante un rival pobre, todo parecía listo para ratificar lo hecho
ante Fénix la semana pasada. El inicio del encuentro lo
vio protagonista, con Díaz como eje creativo y Giménez como el motor del medio.
A los 5’, Toledo remató y Pucheta desvió al tiro de esquina en gran manera.
La posesión y posición eran de Morón. Como
viene sucediendo Martínez estaba más atrasado y Díaz sobre la banda izquierda.
Su rival, quien estoico aguantaba (y aguantó) en defensa, encontró a los 20’ un
premio excesivo: un centro desde la izquierda encontró a Pellegrino sólo, tras
HORROR defensivo, para definir sin problemas ante Alvarez. Desde ese momento el
mundo se le vino abajo a Morón. Se refugió en pelotazos, propuso un fútbol sin
sorpresa y jamás abasteció a Rossi.
El ingreso del juvenil Pardo resultó
trascendental en un equipo previsible. Ubicado en la banda derecha fue quien generó
una rebeldía y un dejo de entusiasmo en medio de la desazón. La tonta expulsión
de Maraschi en el visitante no modificó en absoluto la tónica del juego. El
local tan sólo llegó al arco rival a partir de dos cabezazos de Mayola y Jerez.
Cuando el partido moría, una mano en el área lo resucitó. Penal. Expulsión. Gol
de Giménez. Final del partido. Sabor a nada.
Morón nuevamente no dijo presente en una
cita importante. La “limosna” que
representó el empate ante Estudiantes sembró demasiadas dudas. ¿Sirve jugar siempre
con “dos enganches”?, ¿Por qué a Morón le llegan poco y le convierten fácil?, ¿Se
terminaron las oportunidades?. Más que responder a estas preguntas, mejor
preferimos atenernos a la ilusión. Sí, la misma de siempre. La ilusión que nos
condena hace largo rato.
Matías Andrés Colinas.
Foto: exclusiva, Osvaldo Abades (h).
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