Así como existen jugadores que definen partidos, también existen jugadas que definen a los jugadores. Y en ambos casos, Gerardo Daniel Martínez es uno de ellos, para bien y para mal. Gerardo, el “Martínez” que surgiera tras la consagración de su homónimo, Román, y que por esa misma coincidencia ocasionara en más de uno la confusión sobre algún tipo de familiaridad entre ellos que no existe, más allá del apellido que comparten, es sin dudas la mejor expresión futbolistica nacida de la cantera del Gallo, en no menos de cinco años a esta parte. Con un potencial enorme, gracias a un talento indiscutible y un físico privilegiado para su original función de enganche, hace varias temporadas atrás, cuando surgiera a la consideración pública, hizo pensar en la posibilidad de volver a contar con uno de esos “diferentes”, que rara vez habitan una cancha de fútbol, y más en nuestra mediocre primera “B” y en una proyección hasta internacional y un valor de reventa significativos, una vez consolidado en el primer equipo y con la experiencia necesaria para transformar todo lo bueno que prometía, en realidades de tacos y gambetas lujosas.
Sin embargo, pasó el tiempo, y aquél lungo y desgarbado Gerardo, que alguna vez fuera comparado con Juan Román Riquelme, por su parecido físico y su similitud en el tranco y la forma de jugar y hasta de defender la pelota con el cuerpo, comenzaría a dar señales poco agradables, para los muchos que habíamos depositado serias esperanzas en sus grandes condiciones naturales: faltazos reiterados sin aviso a los entrenamientos, escaso apego al cuidado del estado físico y hasta la manifestación increscente de graves problemas de conducta dentro y fuera del campo del juego, con extraños y también con propios, incluyendo peleas a golpes de puño con algunos compañeros de turno, con las consecuentes sanciones disciplinarias de rigor, tanto desde el Tribunal de Disciplina de AFA, en el caso de sus varias expulsiones en partidos oficiales, como de sus sucesivos cuerpos técnicos, ante la reiteración de actos de indisciplina y como quedara dicho, hasta de violencia física con sus propios colegas de vestuario.
Y así, aquél proyecto de jugadorazo que irrumpiera como la mayor promesa del club de los últimos tiempos, comenzó a perder lógico terreno y consideración entre sus entrenadores, ya hartos de estar hartos de sus malos humores, su anarquía dentro y fuera del césped y su incomprensible e imperdonable falta de profesionalismo en el obrar diario. Y así también habría de estar relegado durante un largo período de tiempo, hasta que las herejes necesidades del fútbol le dieran una y mil nuevas oportunidades de redemirse y comenzar de nuevo, a lo que una y otra vez, lamentablemente para todos lo que alguna vez confiamos en sus condiciones, pero fundamentalmente para él, respondiera de la misma errónea manera: con nuevos actos de indisciplina hacia adentro, con la multiplicación de expulsiones absurdas y hasta infantiles y con el progresivo agotamiento de la paciencia del público de Morón que, lejos de asistir a la consolidación de un crack, paulatinamente fueron testigos de quizá, el mayor suicidio futbolístico en la historia reciente de los jóvenes valores que sugieran de las entrañas mismas de la institución.
Porque además, si de algo no podrá quejarse jamás, Gerardo Daniel Martínez, es de no haber tenido el suficiente apoyo público y dirigencial para esperarlo, para darle siempre una nueva oportunidad y hasta para asistirlo y contenerlo desde lo personal, lo ecónomico y emocional (aún antes de convertirse en profesional, por lo menos desde lo contractual), apoyo y consideración que muchísimos jóvenes valores también originados en nuestras inferiores, no tuvieron ni han tenido en igual proporción, debiendo por lo tanto que emigrar no sin dolor, hacia otros destinos futbolísticos, dado que la “inversión” y la promesa de triunfo local y posterior venta, estaban depositados en aquél díscolo volante de tranco largo y gambeta empecinada, de apellido Martinez.
Y a qué vendrá todo esto, se preguntarán ustedes?..., a que frente a Acassuso, en una nueva derrota del Gallo por 3 a 1 en el Urbano, que nos devuelve a las precupaciones por el mantenimiento de la categoría y el futuro cercano, Gerardo Martínez creemos que agotó la última cuota de confianza de espectadores, dirigentes y cuerpo técnico, con el final y desacertado episodio de una historia que pudo ser de ensueño y terminó siendo una pesadilla.
Porque como muchos dotados, evidentemente Gerardo jamás logró valorar ni tomarse en serio la habilidad única que naturalmente genera desde sus pies, pero que por desgracia nunca pudo consolidarlo con el talento que debiera haber acompañado desde su cabeza.
Por eso en sólo dos minutos de juego, de un partido determinente ante el “Quemero”, cometió por enésima vez su recurrente pecado de no saber discernir cuándo “guardarse” la pelota para sí o cuándo desprenderse rápidamente del balón con destino al compañero mejor ubicado, para regalarle el esférico a un regordete pero vigente Sebastián Cobelli que, con un potente y difícil remate desde fuera del área, complicara la contención de un “Chiche” Migliardi, que alguna vez debía demostrar que es humano cometiendo un error, de cuyo rebote largo y hacia adelante nacería el primero de “Susso”, casi desde el mismo pitazo inicial de otro flojísimo árbitro como José Antonio Carreras.
De allí en adelante y gracias al primer eslabón en la cadena de errores que terminaría de hilvanar Gerardo Martínez, en la tarde de “miércoles” del Urbano, a partir de su primera pelota mal jugada y despilfarrada en tres cuartos, todo lo mucho o poco que habrán planeado el “Gato” Norberto Salvador Daniele y sus dirigidos, en la concentración de Moreno, desde el sábado último a esta parte, para intentar ganarle al Acassuso de Oscar “Cachín” Blanco, pasaba a mejor vida ante la derrota parcial por uno a cero, ni bien comenzado el encuentro.
Justo es subrayar que, obviamente, Martínez no constituyó el único responsable de otra fallida performance de un Morón que volvió a mostrar una de sus peores caras, pero también es cierto que aquél yerro infantil inicial, producto de su empecinamiento contumaz en la gambeta exagerada e intrascendente, condicionaría y agudizaría los nervios y la ansiedad de un equipo al que, si le cuesta horrores imponerse en el trámite y el resultado, partiendo del cero a cero, imaginable es la tarea casi ímproba intentando dar vuelta un resultado desfavorable por segunda vez en todo el torneo (la anterior, en el 3 a 2 ante Defensores de Belgrano, en el propio Francisco Urbano, en el inicio de aquél lejano “veranito” que nos esperanzara falsa y cruelmente con cinco partidos consecutivos sin perder).
Porque habría de darse la lógica, en todos los sentidos, con un Deportivo Morón que debió soportar un gol en contra más (penal de Cristian González a Sebastián Cobelli, convertido por el propio marido de Fernanda Vives), antes de despertarse y decidirse con algo de vergüenza deportiva a intentar el milagro, en un encuentro de tamaña importancia en su lucha por zafar de manera definitiva del fantasma de una promoción indeseable, tan previsible como la primera tarjeta amarilla para Gerardo Daniel Martínez, que a esa altura ya se perdía el próximo compromiso del Gallito, ante Colegiales en Munro, al acumular la quinta amonestación, al igual que el propio autor de la infracción sancionada con penal.
Perdido por perdido, y con el detalle inédito de sus cuatro delanteros en cancha (Akerman y Britos, los del inicio, más los ingresos de Leonardo Iglesias y Juan Pablo Peralta), un Morón desesperado y empujado por su gente, que ya alternaba cantos de aliento con insultos y amenazas varias, de no ganarle a Nueva Chicago en dos jornadas, Morón a base de centros y sin más ideas que la acumulación de jugadores en ofensiva, conseguiría el descuento a falta de cinco, a través de un golazo de Gustavo Britos (el sexto en la campaña y el segundo consecutivo), siendo el “Melli” uno de los principales abanderados del sacrificio, la actitud y la voluntad al servicio del equipo.
Y si hasta lo pudo empatar, a través de un cabezazo de Leonardo Iglesias y un anticipo de Juan Pablo Peralta, que en otros mejores tiempos del punta, sin lugar a dudas hubiera terminado en gol. Pero en la contra y ya en el descuento, y cuando el Urbano se había convertido en una auténtica olla a presión, por la mixtura de aliento e insultos de una concurrencia que veía que, a pesar de este pobre Morón, el empate era posible, volvió a repetirse la historia de forma previsible, nuevamente en ambos sentidos: por un pase corto en mitad de cancha, del “Gringo” Hernán Bruno, y la falta de timming del resto de sus compañeros de zaga para frenar el contraataque, el “Quemero” alcanzaría el tercero, al tiempo que Gerardo Daniel Martínez resultaba otra vez expulsado, por una actitud infantil de su genio intolerante, al borrar con el botín la marca de aerosol hecha por el árbitro, ante un tiro libre a favor del Gallo, hecho que quizá precipitadamente, pero no sin razón, determinase la sanción con una segunda amarilla y con ella su exclusión del campo de juego.
Final de encuentro, en medio de un clima enrarecido, con versiones de renuncia de Daniele, más tarde desmentidas oficialmente por el presidente del club, Diego Spina, consecuencia directa de un equipo que vuelve a comprometerse solo en la zona caliente de la promoción, al volver a caer tras el corto alivio de la victoria ante Comunicaciones, y que acumula una triste cosecha de sólo 6 puntos de los últimos 30 puestos en juego.
El sábado sera el turno el Colegiales, en Munro, luego de Nueva Chicago en el Francisco Urbano y finalmente de Tristán Suárez en el “20 de octubre” de Ezeiza, nueve unidades de las cuales estamos obligados a conseguir por lo menos tres, para no depender de resultados ajenos y no prolongar esta agonía que ya se torna insoportable para los corazones y el ánimo de todos los hinchas del Gallo.
Y veremos, en definitva, qué termina de ocurrir con un tal Martínez..., aquél que pintaba para Riquelme y que hoy futbolísticamente, está más cerca de un Mauro Bustos. Y con eso lo decimos todo....
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