Y si de Lomas de Zamora, tras el
decepcionante comienzo de temporada, nos iríamos con un gesto de inocultable
inquietud, del último martes 13 (nada menos), en el Nuevo Francisco Urbano, nos
retiraríamos con una preocupación tan profunda e indisimulable, más propia de
una jornada 30, que de un encuentro correspondiente a la segunda fecha.
Es que frente a Acassuso, en la
histórica noche del debut oficial del Nuevo Francisco Urbano, el Deportivo
Morón no sólo repetiría la paupérrima imagen dejada tras ’90 para el olvido,
ante el “Milrayitas” de Felipe De La
Riva, sino que profundizaría sus errores colectivos y sus
desaciertos individuales, a tal punto de redondear una segunda presentación tan
fallida que, lo “paupérrimo” del primer encuentro, hoy resultaría demasiado
benevolente y condescendiente con lo evidenciado en la gélida noche del nuevo
estadio.
En tren de hallar razones a la
sinrazón y explicaciones lógicas a variables que, a esta altura, quizá no las
tengan, es evidente que un comienzo de temporada tan horrible, en lo individual
y de conjunto, debe responder necesariamente a deméritos concurrentes, tanto dentro
como fuera del campo del juego.
En efecto, resulta evidente que
el mensaje del cuerpo técnico no ha sabido llegar o hacerse carne en sus
dirigidos, por lo menos hasta el momento. El desorden táctico que muestra con
extrema crudeza el equipo, dentro de la cancha, en todas sus líneas, nos exime
por completo de cualquier consideración táctica, a favor o en detrimento de
Mario Grana.
Sin embargo, es también muy
cierto que los entrenadores tienen su límite, y que éste precisamente, coincide
con los alcances máximos del “corralito” demarcado a los pies del banco de
suplentes, a partir del cual todo lo bueno o malo (o pésimo) que se demuestre
en el rectángulo de juego, depende casi en exclusividad de los botines, la
cabeza y el corazón de sus dirigidos.
Y es en esos tres aspectos, donde
el Gallo no logra ensamblar, una suerte de “body and soul” futbolístico, donde
el “cuerpo” de cada jugador en particular y como noción de “conjunto”, responda
a los dictámenes de un “alma” templada y valiente, dispuesta a dejar en cada
pelota y en cada encuentro, jirones de piel, de ser necesario.
Si bien estamos obligados a
mantener la mesura, por imperio de la labor periodística, de la necesidad de
aportar al mantenimiento de la fe y el espíritu de conjunto, y hasta por la
madre de todas la razones, esto es, que tan sólo se han jugado seis puntos,
resulta insoslayable remarcar una verdad futbolística, tan ancestral como el
propio ser humano (en este caso, vestido de jugador de fútbol): no existe sobre
la faz de la tierra, sin importar tiempo ni paraje, condicionamiento más grande
y pavoroso para aplacar el ánimo y enturbiar el propio juicio, que el mismísimo
miedo.
Cualquier planteo táctico y
estratégico, sin importar que se trate de Guardiola, Mourinho o Bielsa, cuanto
concienzudo trabajo semanal o exigente de pretemporada haya podido plasmarse,
habrá indefectiblemente de derrumbarse como un castillo de naipes, si el miedo
comienza a aprisionar el pecho de los intérpretes, a maniatarle los botines y,
fundamentalmente, a turbarles la mente y condicionarles sus decisiones, dentro
de un campo de juego.
Y con esto no queremos exculpar a
Mario Grana, de un pésimo rendimiento colectivo, por lo menos a la fecha, que
sin lugar a dudas lo sitúa como el máximo responsable de este horrible comienzo
de temporada, puesto que sobre el recaerá siempre la responsabilidad mayor y
primigenia, tanto como líder de grupo, como factótum de la elección y
desembarco de los actuales jugadores a su cargo.
Ojalá sólo se trate de un espantoso
comienzo de campaña, y que de a poco el equipo comience a librarse de sus
miedos y con ellos, a liberar la ductilidad potencial de sus piernas, pero para
ello, previamente, deberá aprender a convivir (y rápido) con la presión
asfixiante de una institución gigante que se está yendo al descenso, desde hace
tres temporadas, en una agonía tortuosa e inmerecida que, merced a una sucesión
de desatinos sin medida, hoy nos encuentra en una situación angustiante y con
el margen de maniobra de Jorge Porcel (h), montado en un burro, sobre el
desfiladero más estrecho e inestable de la cumbre más escarpada y agreste de
toda nuestra historia.
Porque, de lo contrario,
deberemos concluir en que se cometió un nuevo error (esta vez, de manera
dolorosa e irremediablemente definitiva) en relación a la selección y
contratación de los jugadores, ya que no necesariamente la experiencia en
librar batallas por el descenso, en instituciones como Comunicaciones, Villa
Dálmine o Flandria, conlleva las mismas implicancias que encarar la misma
lucha, en el Deportivo Morón y ante su gente.
Mientras tanto, vayamos juntando
bronce para el busto de “Chiche” Migliardi y de Damián Akerman. Y a prender
velas, muchachos…
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