Hasta las primeras tres fechas del actual torneo de la “B”
Metro, cuando el Gallo se debatía en el contexto de sus propias dudas y las
lógicas críticas del afuera, ante un comienzo de temporada tan pobre en
números, como preocupante en rendimientos individuales y colectivos, el mayor
acento se ponía en la falta de actitud que, por lo menos hasta allí, había
evidenciado un equipo que había insinuado buenas intenciones en los amistosos
de pretemporada.
Dicha apatía o liviandad en el andar dentro del campo de
juego, se contraponía casi dramáticamente, por aquellos días, con la necesidad
imperiosa de sumar puntos, de un conjunto que por historia debe luchar siempre por
un demorado ascenso, pero que en contraposición y por imperio de las
circunstancias, más que nada debía pelear cada unidad como si se tratase de la
última, dada su incómoda situación en la tabla de los promedios.
Al mismo tiempo, y teniendo en cuenta la impronta que
también necesariamente debía marcárseles desde el propio banco de los
suplentes, esa indolencia y andar displicente en el terrero de juego, en esos
primeros 270 minutos de fútbol efectivo, resultaban desagradablemente
sorpresivos, para un Deportivo Morón conducido técnicamente por un ídolo del
club, que conoce como nadie y ha dado sobradas muestras a lo largo de su
carrera, lo que implica transpirar la camiseta del Gallo y arrojarse de cabeza,
con tal de frenar un avance contrario.
Porque en definitiva, y futbolísticamente hablando, muchos
creyeron interpretar en la crítica constructiva a un equipo que no respondía en
absoluto, un intento desestabilizador de un cuerpo técnico, que tampoco parecía
hallar los mejores caminos. Sin embargo, en este “Mundo Morón”, donde el
paladar negro no existió ni existirá nunca y donde lo que se premia, por sobre
todos los valores deportivos posibles, son la entrega y el esfuerzo, nadie
pretendía convertir a este Gallo en el Barcelona de Guardiola, sino encender
señales de alerta, hacia dentro y hacia afuera del propio plantel y cuerpo
técnico, sobre la cruel coyuntura de un torneo atípico en la historia del
Deportivo Morón, donde a caballo de la imperiosa necesidad de cosechar puntos
para “ayer”, los tiempos de tolerancia normales para cualquier proceso, en este
caso se acortan impiadosamente, independiente del nombre propio del entrenador
de turno.
Al mismo tiempo, y a sabiendas del error cometido a la hora
de detectar ciclos cumplidos, por parte de la actual dirigencia, muchos temían
que, al igual que Norberto Salvador Daniele, Mario Darío Grana pasase a
engrosar la lista de ídolos del club enlodados por una mala campaña, para
evitar situaciones traumáticas y desagradables, como aquella despedida del
propio “Gato”, en el “viejo” Francisco Urbano, cuando debiera retirarse
insultado por buena parte del estadio, tras la derrota 0-2 ante Colegiales, en
el cierre formal de un ciclo que, en el sentido común y las verdades
futbolísticas, había llegado a su fin mucho tiempo antes, de aquella noche tan
injusta como evitable.
Por desgracia, en este Morón que ha crecido
institucionalmente como nunca, desde los románticos tiempos de Virgilio Machado
Ramos, el vertiginoso crecimiento como institución, muchas veces no va
debidamente acompañado de la madurez de algunos de sus protagonistas, sin
importar el rol que ocupen circunstancialmente (dirigencial, comunicacional o
de meros socios e hinchas), generando como resultante indeseada, situaciones de
intolerancia, muchas veces extrema, donde el que critica desde afuera se convierte
en un “tira mierda”, “anti Morón” o “mala leche”, mientras que el que pretende
reservarse un apoyo crítico desde adentro, automáticamente pasan a revestir en
las filas de los traidores y como tales, de los peores y más acérrimos
enemigos.
Y en el medio, desafortunadamente, no ha de quedar nada, con
el telón de fondo de una “caza de brujas” y un “pase de facturas” constante,
entre ambos extremos del extravío, donde en la mala, aparecen los “yo les
dije”, y en la buena afloran de igual modo, los “ahora que la chupen”.
Por fortuna, bien lejos de estas intrigas pseudos palaciegas
y de cabotaje, donde únicamente los imbéciles y miserables dirimen sus traumas
y neuras irresueltos terapéuticamente, el trabajo silencioso y mesurado del
cuerpo técnico, sumado a la confianza renovada de un plantel, evidentemente
cada semana más fuerte y consolidado, desde la cuarta fecha en adelante y con
los primeros y trabajosos triunfos, el equipo fue adquiriendo lentamente una
identidad, una solidaridad y una actitud, ausente en las primeras tras
jornadas, que más allá de mejores o peores rendimientos, tranquilizan los
crispados ánimos por el Oeste y que ahora así, se emparenta cada día más, con
un equipo entrenado tácticamente por Mario Grana, un conocido abanderado del
esfuerzo y el sacrificio, como valor inmanente e innegociable, sin importar las
circunstancias.
Desde lo táctico, y a partir de la adquisición de una
solidez defensiva cada fecha más evidente (mejora no casual y reiterada como
primera necesidad para el éxito, por el propio Grana, ante cada micrófono), este
Morón fue soltando amarras y aún ante la ausencia repetida de piezas
fundamentales para su andamiaje, como el mismo y malherido Damián Akerman, supo
hallar las variantes necesarias como para hacerse fuerte de local (donde, de
hecho, aún no perdió) y hasta atreverse a algo insólito e insospechado, para la
actualidad futbolística de las últimas tres y hasta cuatro temporadas: ganar de
visitante…, y mereciéndolo.
Con un mediocampo combativo, sin el toque vistoso de
Daniele, pero mucho más cerca de las necesidades actuales y la única manera
posible de jugar en la difícil “B” Metro, Grana pudo encontrar en Gerardo
Martínez, a ese enganche que Morón hace tiempo que precisa y extraña horrores,
con el plus extra de su fenomenal pegada, tanto para clavarla de un ángulo, en
un tiro libre, como para dar la asistencia en cortada perfecta, el pase entre
líneas o de pelota parada, para habilitar al gol al compañero mejor ubicado,
con la maravillosa lectura del fútbol y del terreno de juego, que sólo los
realmente virtuosos pueden proveer.
Y con muchas individualidades que, como el propio equipo, y
con la confianza y la tranquilidad que reportan los buenos resultados, fueron
paulatinamente asentándose en sus puestos y trocando silbidos por aplausos,
como Emiliano Mayola, Mariano Barbieri y Gastón Sánchez, entre los nuevos, y
Mariano Martínez (a fuerza de goles y de volver a ser el “patrón” solidario de
fines de temporada pasada) y, fundamentalmente, Ariel Otermín, sin dudas el más
castigado de todo el equipo, en esas primeras jornadas y que por estas horas no
sólo comienza a ser reconocido por sus notables goles ante el “Funebrero”, sino
por constituir uno de los puntos más altos de una sólida defensa, desde hace ya
una par de fechas, junto a un imprescindible Ariel Berón.
Sumado a esto, la seguridad para el “bronce” de Alejandro
Migliardi, la prodigalidad generosa de Martín Granero; la esperada recuperación
física (y también futbolística) de Dante Zúñiga; la alternativa más que
interesante, de un polifuncional Hernán Parentini; la agradable sorpresa de un
incansable Ezequiel Cérica, que cuando se le abra el arco, como a todos los
goleadores, obligará a jugar cada vez mejor a Mariano Martínez, para conservar
la titularidad; más la consolidación de los chicos (y no tan párvulos) del
club, como Rodrigo Basualdo, Marías Orihuela y Luis Ferreyra, y hasta el efecto
“contagio” que se produjera en Esteban González, que de a poco va justificando
su llegada y asemejándose cada vez más, al buen jugador que sufriéramos con la
casaca violeta de Dálmine…, este Morón de Mario Grana que empezó para el
cachetazo y que si bien hoy, no brilla del virtuosismo, se ha transformado en
un conjunto sólido, compacto, solidario, inteligente y con temperamento.
Con mucho camino aún por recorrer, ocho fechas más tarde el
panorama es absolutamente diferente, con un equipo que sabe lo que quiere y
conoce los caminos para plasmarlo en la cancha, batallando cada balón como si
fuese el último, a sabiendas que cada punto resulta vital para la lucha feroz en
ambos frentes. Y que ha cosechado logros destacables, y también impensados en
nuestro pasado reciente, como treparse a la punta luego de muchísimo tiempo,
dar vuelta un resultado con decisión y coraje, ganar el partido que lo deposite
en el liderazgo y ante su público, así como hacerse fuerte y vencer en un
clásico, luego de tanto, pero tanto tiempo, desde aquél recordado 4 a 0 a Nuevo Chicago en el “viejo”
Urbano, con el debut con triplete de Ramiro López.
En la “dinámica de lo impensado”, como se definiera con
acierto al fútbol, el Deportivo Morón de Mario Grana va demostrando que en
silencio, con seriedad y un concepto táctico claro y que comienza a dar sus
frutos (de hecho, ante “Chaca”, los tres goles sobrevinieron de pelotas
paradas, preparadas y ensayadas en la semana), lo único previsible es el
triunfo, por “prepotencia de trabajo”.
Una “prepotencia” que, esperemos, no siga contaminando al
“Mundo Morón”, fuera del campo de juego, para que no haya vencedores ni
vencidos porque, en definitiva, los verdaderos “enemigos” del Gallo, no se
hallan ni se hallarán jamás entre nosotros mismos.