Si algo necesitaba el Deportivo Morón, al cabo de una semana
más que convulsionada en lo institucional (tal vez, la más crítica desde el
advenimiento de la actual gestión Spina), era sin dudas de un poco de paz. Y en
los clubes como el Gallo, que viven, sienten, respiran y se autodestruyen al
ritmo de una pelota número cinco oficial, nada mejor para calmar un poco los
crispados ánimos, que el viejo bálsamo de un triunfo dentro del campo de juego.
Y no por “exitistas”, como muy desafortunadamente minimizara
el descontento y la angustia generalizada, el propio presidente de la
institución, ante los micrófonos colegas de “La 94 Sport”, sino por imperio de
la historia de un club grande, que va muchísimo más allá de los últimos 23 y aciagos
años, en materia de logros deportivos, y por la necesidad de sumar puntos, lo
antes posible, ante el “infierno tan temido” de un promedio que acecha y la
posibilidad cierta de un descenso de categoría, que significaría un retroceso
institucional y deportivo de más de tres décadas.
En efecto, tras un semana con renuncias y amagues de otras
tantas, sumados a un pase de facturas en voy muy alta y bastante malos
términos, cuestionamientos “larvados” y acallados durante todo este año y
medio, a consecuencia de conducciones autocráticas, propiciadas por
acompañamientos pusilánimes, interesados y/o cómodos; en lo estrictamente
futbolístico, un Morón sin rumbo y con una sola unidad sobre nueve posibles,
más la anemia goleadora de cero tantos al cabo de 270 minutos de pocos y malos
intentos, hacían presagiar un pronto adiós de Mario Grana, a su cargo de
responsable técnico del conjunto, atentos también a un muy mal promedio de
efectividad, que acarrea este mismo proceso desde fines de temporada pasada,
que apenas roza el 25 por ciento de los potenciales puntos.
Con estos telones de fondo, y la queja lógica y generalizada
en los socios y simpatizantes, potenciadas y multiplicadas en su voz y
descontento, por esa tribuna virtual y democrática que constituyen las redes
sociales, este equipo del Gallo que apenas había insinuado una leve mejoría, en
los segundos 45 minutos de la derrota ante Platense, debía jugarse buena parte
del crédito para con ellos y el técnico que los escogió y los trajo,
debatiéndose entre sus propios temores, nervios y dudas, y nada menos que en el
mismo Nuevo Francisco Urbano, de acuerdo al desarrollo del cotejo y el devenir
del resultado, potencialmente una auténtica “caldera del diablo”.
Como ya nos tiene acostumbrados, de entrada, el trámite del
encuentro frente a Barracas, le resultaría esquivo y cuesta a arriba, tanto es
así que, a pesar de una disposición táctica más ofensiva, con tres en el fondo
y el ingreso de Ezequiel Cérica para acompañar en ofensiva, a un Damián Akerman
visiblemente disminuido en lo físico (por el doloroso trauma intercostal que
sufriera en el debut, ante Los Andes), pero en cancha por mero amor propio y a
la camiseta, no podría siquiera acercarte, más allá del borde mismo del área
visitante, hasta los once minutos de esa primera etapa.
Pero esta vez, y tras algún sofocón en el área propia,
siempre bien conjurado por el inmenso “Chiche” Migliardi, la fortuna le haría
el primer guiño de la temporada al Gallo y por extensión, al destino más
próximo de Mario Grana, puesto que en el primer córner, sobre los quince del
primer tiempo, un gran ejecución de Gerardo Martínez, se la pondría en la
cabeza a Emiliano Mayola, para que de pique al piso, venciera la resistencia de
Elías Gómez, para desatar el grito de gol ahogado en las tres recientes fechas
y, al mismo tiempo, inscribir con letras de molde al propio lateral izquierdo
del Gallo (más allá de lo que ocurra con él, al cabo de la presente temporada),
al erigirse en el autor del primer tanto oficial en el Nuevo Francisco Urbano.
Con el uno a cero a favor, el Deportivo Morón no lograría
bajar su nivel de nervios y de desfasaje en su aceleración, pero ante el
necesario adelantamiento de las líneas rivales, hallaría los espacios jamás
encontrados en jornadas precedentes, para generar un par de opciones de gol tan
claras, como mal resueltas en los metros finales.
A partir de un gran primer tiempo de Gerardo Martínez, eje y
conductor del equipo, de un mediocampo más combativo y solidario, con Hernán
Parentini colaborando en la marca con Martín Granero, y el propio Ezequiel
Cérica muy activo en los últimos metros, más el aporte intermitente de Gastón
Sánchez, siempre mostrándose como opción de pase y vacío por el costado
derecho; el Gallito generaría en veinte minutos de juego, más que en los 270
anteriores, que de no ser por las malas decisiones adoptadas en la puntada
final o la defección a la hora del remate al arco, hubiesen conducido a una
diferencia más amplia y justa en esa primera etapa que, a la sazón, nos hubiese
ahorrado a todos, dentro y fuera del campo, unos cuantos sustos y dolores de
pecho.
Ya en el complemento, con algunos de estos puntos altos
referidos, cansados por el trajín y la aspereza del encuentro, permitida por un
Ignacio Lupani que debió haber expulsado a algún exaltado volante visitante, y
con el agregado de un goleador histórico aún en cancha, aunque por lo que
significa dentro de la misma, tanto para propios como extraños, al mejor estilo
simbólico del “Cid Campeador”; el Deportivo Morón retrocedería
considerablemente en el terreno y allí volverían a manifestarse los graves
problemas de una última línea que, ante cada centro cruzado sufre y mucho,
porque jamás encuentra las marcas rivales, con la única excepción del gran
partido protagonizado por Ariel Berón, quien como líbero, diera solución a
muchas de las desatenciones y errores conceptuales en la marca de sus
compañeros de zaga, mostrándose claramente como el mejor zaguero con que cuenta
este Morón, y que por ello, no puede faltar jamás en esa más que endeble y
dubitativa última línea.
Sin ser un dechado de virtudes, ni mucho menos, el ordenado
conjunto de Juan Carlos Kopriva, en esa segunda parte arrimaría un par de veces
con mucho peligro al arco de Migliardi, algunas contenidas por el “uno” y en
otras salvadas por una fortuna nuevamente de nuestro lado, sin mencionar los
dos goles anulados a la visita (uno en cada tiempo), en la cancha y sin
haberlos revisado luego, en apariencia bien sancionados.
Con el pitazo final y el desahogo definitivo de las miles de
almas que se sobrepusieron a un noche más que gélida y a un equipo que prometía
poco y nada en la previa, el conjunto de Mario Grana accedería a su primera
victoria en la presente temporada y, con ello, a esa necesaria paz, para poder
encarar sin tanta zozobra lo que se avecina en lo inmediato, que no es otro que
el clásico ante Nueva Chicago, en Mataderos, el próximo sábado 31 del
corriente, desde las 13 hs., televisado por TyC Sports y con el arbitraje de
Nicolás Lamolina.
Desde lo futbolístico, debe admitirse que el equipo mejoró
respecto de las presentaciones anteriores, pero fundamentalmente desde la
actitud y la entrega dentro del campo, aquello que había brillado por su
ausencia, para desagradable sorpresa de todos, hasta los segundo 45 de la
derrota frente al “Calamar”, en Vicente López. Por lo demás, poco más para
destacar, más que algunas actuaciones individuales ya referidas, aunque aún muy
lejos de una actuación colectiva, no ya para entusiasmar, pero siquiera para
tranquilizar.
De lo que ocurra en el “República de Mataderos”, el sábado
venidero, dependerá en buena medida, tanto la suerte definitiva del cuerpo técnico,
como la adquisición de alguna certeza mayor, sobre si se trató del comienzo de
una recuperación esperada y necesaria, o por el contrario, de un triunfo
aislado y valorable en lo matemático, pero sin un correlato desde el
rendimiento.
Desde luego que todos somos conscientes que hoy, el Gallo no
está para jugar bien, sino para sumar la mayor cantidad de puntos posibles. Pero no menos
cierto es que, si el rendimiento no mejora, la fortuna no estará
probabilísticamente de nuestro lado, durante toda la temporada.
Por el momento, son tres puntos…, suspensivos.