Y este Morón “rachero”, parece empeñado en jugar un juego
peligroso y tortuoso para su gente, en esta coyuntura tan crítica: el “Juego de
la Oca”. Es que
luego de un comienzo flojísimo, tanto en el rendimiento como en la sumatoria de
puntos, con una sola unidad sobre nueve posibles, más tarde el equipo pareció
acomodarse, a partir de mejores performances individuales y colectivas, para
ilusionar y en especial tranquilizar con un estimulante sprint de trece puntos
sobre los siguientes quince en disputa; para luego de la igualdad en dos con
Merlo y el desmantelamiento de la defensa titular, a consecuencia de las
expulsiones ante el “Charro”, no volver a ganar en las pasadas cuatro jornadas,
con tres igualdades y una derrota inesperada ante Fénix, en un (hasta entonces)
inexpugnable Nuevo Francisco Urbano, y un balance de tres unidades de las
últimas doce en juego.
En este “Juego de la
Oca”, dentro del cual se halla inmerso el conjunto de Mario
Grana, fiel a las reglas generales de su naturaleza lúdica, el Gallo parece
avanzar un par de casilleros, ilusionando a protagonistas y espectadores, para
luego retroceder otros tantos, sembrando dudas e inquietudes sobre el verdadero
rostro y auténtico rendimiento de este equipo, y en definitiva, imposibilitando
la proyección de una constante previsible, de cara al futuro, tanto de puntos
como de sus reales aspiraciones, en ambos frentes de batalla en donde hoy
dirime su suerte, semana a semana: la tabla de posiciones y de los promedios
del tan temido descenso.
En este contexto, el Deportivo Morón viene demostrando
mejores versiones afuera, que adentro y frente a su propia gente, puesto que si
bien ha triunfado en una sola ocasión, en condición de visitante (frente a
Almagro, en Villa Raffo), tras haber sido derrotado en sus primeras dos salidas
(ante Los Andes y Platense), luego el equipo se asentó y no volvió a perder
fuera del Oeste, con mayoría de empates, es cierto, pero ante rivales
complicados y varios de ellos clásicos, en terrenos históricamente adversos y
en más de una oportunidad, teniendo que partir desde atrás, igualando y
merecidamente, partidos en desventajas circunstanciales, tanto en el resultado
parcial, como en la lucha por la supremacía dentro del campo de juego.
Mientras tanto, en terreno propio y tras el furioso segundo
tiempo ante Chacarita, que le permitiera dar vuelta el clásico y treparse a la
cima del torneo, cuanto menos, de forma momentánea, jamás pudo volver a
conformar un actuación como aquella de los segundos cuarenta y cinco minutos
ante el “Funebrero”, con bajones pronunciados ante Fénix, en especial durante
el primer tiempo, y buena parte del cotejo ante el “Lechero”, del último
martes, donde volviese a manifestarse aquél conjunto sin fútbol ni ideas de los
primeros partidos, con la misma anemia ofensiva que lo aquejara en tan errático
comienzo de temporada.
En honor a la verdad, quizá si algo diferencia al Morón que
no supo cómo hallar los caminos para vulnerar a un ordenado, aunque también
limitado Tristán Suárez, de aquél que hilvanara nada menos que cuatro victorias
en fila, en un hecho inédito durante varias campañas, es que aún con Gerardo
Martínez en cancha, no pudo contar con la única cuota de claridad y de fútbol
que presenta este laborioso aunque austero Gallito, encarnada en un Gerardo que
partido a partido se va deshilachando más pronunciadamente, no sabemos si por
el desgaste propio de quien llegó a último momento y casi “por la ventana”,
para calzarse la “pilcha” de conductor del equipo, por imperio de la necesidad
y sin pretemporada (y, pese a ello, tan acertadamente respondiera en aquellos
primeros encuentros), o porque lentamente ha comenzado a transitar el camino de
la intrascendencia que lo enemistara de su enorme potencial y de la misma
gente, en un pasado no tan lejano.
Al mismo tiempo, con Damián Akerman disminuido física y
futbolísticamente, casi desde la génesis de este complicado torneo, y un
Mariano Martínez que, si bien ha aportado su cuota goleadora (de hecho, es el
máximo artillero del equipo, con tres tantos), no ha logrado volver al buen
nivel con que cerrara la temporada pasada, tal vez y sólo tal vez, porque cada partido
lo encuentra jugando cada vez más lejos del área contraria, esto es, su hábitat
natural y donde resulta más necesario.
Ante ello, las alternativas disponibles en el banco, no han
rendido a la fecha los frutos esperados, con un Ezequiel Cérica voluntarioso,
aunque sin un nivel equiparable a los delanteros titulares y un Leandro
Rodríguez que, tras algunos fallidos ingresos como relevo, frente al “Lechero”
tuvo la oportunidad de oro de demostrar todas las condiciones que debió tener
para llegar a vestir la camiseta roja y blanca (o azul…, o negra…) del Gallo, y
sin embargo, al cabo de noventa minutos para el olvido, su actuación individual
ha resultado tan llamativamente desastrosa que, resulta preferible llamarse a
un piadoso silencio, con tal de evitar abundar en adjetivos que califiquen con
crudeza, la precariedad técnica de un futbolista profesional, por lo menos desde
la formalidad laboral/contractual.
En la mitad del campo, y ante la evidencia de un Gerardo
Martínez ausente en su fútbol, Esteban González debería ser el encargado de
asimilar la responsabilidad creativa, para aportar algo de claridad y
profundidad a un equipo que, voluntarioso y generoso en prodigalidad, en
cotejos como frente a Tristán , daría la impresión que podría jugar durante
ciento ochenta minutos de corrido y, sin embargo, ser incapaz de generar alguna
jugada colectiva que pudiese finalmente inquietar a la última línea rival. Y en
este aspecto, el “Pelado” ha cumplido a medias, puesto que se muestra y se
presenta sin dudas, de lo más claro de un conjunto carente de ideas, pero que
pese a ello, tiene la lamentable tendencia de recurrir al “fulbito” intrascendente
y a las “pisaditas” repetidas que, lejos de aportar al equipo, lo enemistan con
una platea que se agota (y con razón) de sus actitudes displicentes e
improductivas.
De ese medio hacia atrás, quizá se halle lo mejor, más
compacto y parejo de este equipo afecto al Jjuego de la Oca”, con un doble cinco que
cada partido que pasa, funciona de mejor forma, a partir del complemento justo
entre el juego lúcido, vistoso y efectivo de Dante Zúñiga, y la solidaridad y
prodigalidad de un Martín Granero que, por estos días y con la confianza y
titularidad que le ha dado el cuerpo técnico, está mostrando su mejor versión
desde su llegada al Gallito, con el timming necesario que tal vez le faltara el
torneo pasado, y que lo obligara a golpear más que a quitar con eficacia, por
la lógica casi física de quien llega un segundo más tarde, por falta de
continuidad y minutos de juego.
Hasta llegar a la defensa, sin lugar a dudas el punto más
alto de este Morón de Mario Grana, que a podido hallar en una línea de tres,
conformada por los “Ariel”, Otermín y Berón y Emiliano Mayola, la última línea
más compacta y convincente de los últimos años, en un sector vital del campo de
juego que, hasta hace muy poco tiempo, parecía una dolor de cabeza endémico
para el hincha del Gallo, sin importar la temporada, los jugadores o el técnico
que se sitúen como patrón de recuerdo y referencia. Tanto es así que, tras el
empate pírrico en el Parque San Martín, donde Gonzalo López Aldazábal, árbitro
de aquél cotejo, diezmara la defensa titular del Gallito, por las expulsiones
de Berón y Mayola, al partido siguiente, frente a Fénix, en el Nuevo Francisco
Urbano, ni Gonzalo Juárez ni Matías Villavicencio podrían suplir con la misma
eficiencia a los suspendidos, con actuaciones tan desafortunadas (en especial,
en el caso del primero), que resultarían determinantes para el desenlace final
con una inesperada y dolorosa derrota.
Párrafo aparte para Ariel Otermín, sin lugar a dudas el más
golpeado y resistido, en aquellos complicados momentos de comienzo de torneo,
donde los resultados no se daban, y que sin embargo a sabido trocar los
silbidos por aplausos, a partir de la solidez demostrada, desde su mejor lugar
en el mundo: como stopper por derecha. Y por si fuese poco, aportando la cuota
goleadora ausente entre varios de los delanteros, con dos tantos en la campaña,
y nada menos que en una misma noche, para vencer a Chacarita, en el clásico y
subirse a la punta, por lo menos, por algunas horas.
Porque en este “Juego de la Oca”, hasta el inoxidable “Chiche” Migliardi ha
tenido sus asteriscos, pero reivindicados luego con creces, no sólo por el
respeto y la admiración de un apellido que ya es sinónimo del Deportivo Morón,
sino por la vigencia y permanencia dentro del terreno del juego, de uno de los
tres mejores arqueros de la categoría (sinó el mejor), con actuaciones tan
destacadas y fundamentales para mantener al Gallo con vida en varios cotejos,
con tres penales atajados de otros tantos sancionados y salvadas antológicas
como las que permitiesen que el equipo se mantuviese en partido, durante el
primer tiempo frente al “Gasolero”, y que a la sazón, le significasen a Morón
sumar un punto importante en su visita al “Beranger”.
Si hasta el propio cuerpo técnico no ha podido eludir el
caer en las redes de este “Juego de la
Oca”, con avances y retrocesos en sus lecturas y planteos
tácticos, tanto desde lo previo, como durante el transcurso de algunos de los
encuentros, con decisiones técnicas y modificaciones nominales, tan respetables
como discutibles en su oportunidad y concepto.
Ojalá en el futuro más inmediato, podamos cambiar de juego,
para adquirir la necesaria fluidez, solidez y regularidad del lado de adentro
del alambrado perimetral olímpico, para que de este otro lado, es decir, del
lado de afuera, se sufra bastante menos y podamos mirar el futuro con mayor
previsibilidad, confianza y desahogo. Confiamos en ello.
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