Si tras los triunfos iniciales, ante Tristán Suárez en
Ezeiza (la jornada de la presentación oficial del nuevo entrenador del Gallo) y
algunos días más tarde, frente a Colegiales en el Nuevo Francisco Urbano
(cortando una sequía de cinco encuentros sin alegrías en nuestro estadio, desde
el domingo 8 de diciembre de 2013, en el 4 a 0
a Flandria), hablábamos mucho de la importancia de sumar
de a tres, más allá de rendimientos e incluso de merecimientos; durante el
pasado sábado, en la segunda victoria consecutiva como visitante –algo que no
ocurría desde la temporada 2010/2011, la última en que ingresáramos fugazmente
a un Reducido, bajo la dirección técnica de Oscar “Cachín” Blanco-, el equipo
comenzaría a dar señales positivas y de crecimiento, también en el juego, que
redundarían en otra alegría fuera de casa, pero con el aliciente de haberla
justificado e incluso, por algún gol más de diferencia.
En ese contexto, es que el compromiso frente al “Bohemio”,
asomaba como el desafío más complejo al que debía enfrentarse el conjunto de
Salvador Antonio Aurelio Pasini, en comparación con los partidos precedentes, sin
desmerecer rivales ni menospreciar resultados, equipos todos ellos de opacos
presentes y peores futuros, constituyendo en definitiva y sin lugar a dudas,
tabla de posiciones mediante, los rivales más flojos del conglomerado de oponentes que presenta hoy en
día la “B” Metro.
Así las cosas y a sabiendas de cotejar con la mejor medida posible
desde su llegada, el “Tano” repetiría por vez primera, desde su asunción al
frente del primer equipo, los mismos once que provinieran de vencer con
justicia a Comunicaciones en Agronomía y que, más allá de las pocas horas de
preparación entre cotejo y cotejo, y tal vez cierto grado de sublimación de la
verdad futbolística no escrita, sobre que “equipo que gana no se toca”,
implicaría, ni más ni menos, que los deseos de continuidad y mejora del mejor
conjunto encontrado hasta el momento, en 270 minutos de juego efectivo, más
allá del afortunado acompañamiento de los resultados, con prescindencia de los
merecimientos.
Y si el destino le tendría preparada alguna prueba más, para
comprobar los verdaderos alcances de las renovadas fortalezas individuales y de
conjunto, de un equipo que, hasta hace sólo cuatro fechas atrás, parecía
resignado al fracaso y acostumbrado a perder, sin importar el rival ni el
escenario, y lo que era aún peor, sin manifestación ni voluntad alguna de rebeldía
personal o colectiva; nada peor que el tempranero “cachetazo” de Atlanta, sobre
el cuarto de hora inicial del encuentro (en el marco de un partido hasta allí
parejo y entretenido), para colocar “bajo la lupa” la respuesta futbolística y
mental, de un Morón con sobrados antecedentes de extrema fragilidad ante el
infortunio, durante el pasado reciente de la “era Mario Grana”.
Con la habitual solidez de Juan Cruz Leguizamón en el arco,
extinguido su invicto, aunque sin responsabilidades en el tanto “Bohemio”, la
defensa del Gallo volvió a ofrecer sus ya habituales claroscuros, con la
siempre sobria y efectiva labor de Ariel Otermín, pasando por las
irregularidades de Emiliano Mayola (en especial, por su peligrosa tendencia a
quedar “enganchado” en los off sides, para dejar habilitados a los delanteros
visitantes), y de un Matías Orihuela con altibajos y algunas dudas, en
particular a la hora de progresar en ataque; hasta llegar a la desacertada
labor (una vez más) de Esteban Giambuzzi, capaz de generar una situación de
desequilibrio en su propia área, al desentenderse de un pelotazo rival que
creyera perdido y que, sin embargo, jamás traspasara los límites del campo y
siempre continuase en juego.
En el mediocampo, una vez más el doble cinco conformado por
Martín Granero y Dante Zúñiga, volvería a mostrarse errático y por momentos
hasta perdido en el terreno, en especial durante el primer tiempo y en
particular en el caso del “Polaco” de General Levalle, quien hoy se halla muy
lejos de aquél fenomenal tiempista, rueda de auxilio y jugador indispensable,
figura excluyente durante la primera rueda del actual torneo. Con referencia a
su compañero del círculo central, con el correr de los encuentros, resulta cada
vez más evidente que le sienta muy bien el shampoo marca “Pasini”, puesto que
en los últimos tres cotejos (desde su regreso tras la suspensión), luego de
opacos primeros tiempos, donde el hábil neuquino tiende a perderse en la
intrascendencia de sus clásicas “calesitas” y el empecinamiento de hacer muchas
veces una de más, en los complementos y tras los entretiempos, ha sabido
cambiar diametralmente sus pálidas imágenes de inicio, para convertirse, unos
metros más adelantado, en el jugador exquisito, vertical y de talento único
para habilitar magistralmente a sus delanteros, sacando debido provecho de las
condiciones que posee de sobra y que, sin embargo, parece demandar de las
charlas en los vestuarios para sacar a relucir sólo en los segundos tiempos.
Claro que, para lograrlo, con esta floja actualidad de
Granero, tal vez necesite de Hernán Parentini, de mejor rendimiento que el
“Polaco” y que, por sus condiciones de volante más de quite y retrasado en el
campo, permite que Dante Zúñiga se libere de la marca y se preocupe por generar
fútbol. El mismo fútbol que habita por la banda izquierda, con Mariano Barbieri
como abanderado, pero que, en contraposición, brilla por su ausencia sobre el
carril derecho, con un Gastón Sánchez, “rápido y furioso”, pero sin pausa, y
que pese a sus ganas y prodigalidad, termina resultando improductivo para las
necesidades ofensivas del equipo.
Párrafo aparte para Gerardo Martínez, otro que pareciera
haber abrevado del “acondicionador” de “San Salvador” Pasini, puesto que desde
su ingreso, con el equipo en desventaja, volvería a ponerse al hombro las
responsabilidades de manejo del balón y generación de juego, aportando lo mejor
del Gallo en esa faceta (como ante Colegiales), con participaciones
determinantes en ambos goles y en este caso, ante Atlanta, con el agregado de
haber bajado varios “cambios”, para jugar sólo con la cabeza y no tanto con los
brazos y codos, en una interesante muestra de reestablecida templanza, que
ojalá se mantenga y profundice en el tiempo.
Y en ofensiva, con la gratísima noticia de la recuperación
simultánea de ambos delanteros titulares, puesto que Mariano Martínez habría de
jugar su mejor partido en mucho (pero mucho) tiempo, mientras que nuestro
goleador histórico, aún en deuda con su juego, retornaría en todo su esplendor,
con su olfato goleador y en su mejor rol: el de hacer estallar las gargantas de
los hinchas de Morón, con goles decisivos (el décimo en la temporada y 134 con
la casaca que mejor le sienta) y en partidos trascendentales, como frente al
“Bohemio”.
Es que, en definitiva, “San Salvador” Pasini continúa
operando “milagros” en el Oeste, con doce de doce desde su llegada, cuando
hasta ese momento y en las postrimerías del proceso encabezado por Mario Grana,
este equipo que parecía “partido al medio” anímica y futbolísticamente, provenía
de una racha nefasta de 5 sobre 30 posibles, más cerca del Averno que del
Reducido.
Ahora llegará el turno de Armenio, el próximo domingo, y
luego del “Gasolero”, el venidero miércoles. Ni más ni menos que aquél
encuentro, en que debía hacer su presentación oficial el nuevo técnico, con
apenas un par de entrenamientos y que, en el primer guiño cómplice de la
fortuna, la copiosa lluvia lo postergaría para el miércoles entrante. Tal vez
la misma lluvia que, evidentemente, hubo de inundar buena parte del campo de
juego, para recibir a Atlanta, el único escolta del líder, Nueva Chicago.
¿Que no cayó una sola gota de lluvia, en toda la semana
previa?... Es posible…, pero no me vengan con nimiedades, en presencia de otro
indicio “milagroso” de “San Salvador” Antonio Aurelio Pasini.
Alabado Sea (el “Tano”).
HAGAN LIO.
Foto: Osvaldo Abades.
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