En efecto, y al igual que en el cotejo debut del torneo
2013/2014, el “Milrayitas” hizo nuevamente trizas el sueño del Pueblo del
Gallito de reencontrarse con su equipo (a pesar del temporal de lluvia desatado
en la propia madrugada del último viernes 7 de febrero), para retirarse del
Nuevo Francisco Urbano en medio de otra fiesta, como ocurriera allá por el 8 de
diciembre de 2013, cuando el once de Mario Grana se despidiera de su público
con una goleada tan contundente como merecida, ante un Flandria desdibujado por
un Morón lujoso e intratable.
En el camino, entre aquél Gallito que destrozara al
“Canario” en el cierre del primer semestre, y éste Morón que cayera otra vez
por 2 a 0
ante el conjunto de Felipe De La
Riva, hubo de mediar la ausencia de dos piezas fundamentales
para el andamiaje del Deportivo Morón, tales los casos de Martín Rodrigo
Granero y Mariano Matías Martínez, ambos “tocados” tras las exigencias de una
dura pretemporada y los imponderables propios de los ineludibles partidos
preparatorios.
A la deserción obligada del goleador del Gallo en la
temporada, el cuerpo técnico hallaría un lógico reemplazo en la única
incorporación del último mercado de pases, tal el regreso a la institución del
“Colo”, Pablo David Vacaría, quien tras rescindir en Tristán Suárez, arribara a
Morón con el grato recuerdo de su paso anterior, durante el torneo de la “B”
Metro, 2008/2009.
En contraste, la ausencia del “Polaco” de General Levalle
suponía una disyuntiva aún más complicada a la hora de su reemplazo, tras un
primer semestre de altísimo nivel, convirtiendo a Martín Granero en el punto más alto y de
mayor regularidad del equipo, erigiéndolo a la vez, en titular indiscutible en
su puesto, indispensable para el armado y equilibrio del once base e ideal, y por
lógica consecuencia, en un jugador insustituible para Mario Grana.
Ante ello, la alternativas disponibles a la mano del DT,
eran la continuidad del sistema táctico que tan buenos dividendos le redituara
en el cierre del último año, supliendo la ausencia de Granero con el ingreso
del juvenil Rodrigo Basualdo, de buena tarea cada vez que le tocara actuar y de
similares características al “Vikingo” “averiado” (descartado en la previa,
Hernán Gonzalo Parentini, aquejado por un nuevo desgarro), o por el contrario,
apelar a la modificación del “dibujo” habitual y efectivo, a partir del ingreso
de un doble enganche, con Esteban Alberto González y Gerardo Daniel Martínez, y
un único volante central, como Dante Martín Zúñiga, más cerca del juego
atildado que del quite, aunque sin transigir una gota de sudor ni de
prodigalidad y esfuerzo.
Con ésta última opción en cancha, el Gallito regresaba al
Nuevo Francisco Urbano con los mismos tres en el fondo (Ariel Otermín, Ariel
Omar Berón y Emiliano Jonathan Ivan Mayola), el referido medio neuquino por
delante de la última línea, dos volantes externos con la obligación de
desdoblarse más de lo habitual, en ataque y en defensa (Mariano Barbieri por
derecha y Matías Exequiel Orihuela por la banda opuesta), mas el apuntado doble
enganche y los dos delanteros (Damián Emilio Akerman y Pablo Vacaría).
Así las cosas, si la idea del cuerpo técnico era la de
suplir la marca que reporta Martín Granero, por una mayor tenencia y dominio
del balón en el mediocampo (es decir, ante la evidencia de un menor quite y
recuperación en el medio, intentar manejar la pelota, para no perderla),
debemos concluir en que la idea táctica resultó efectiva, puesto que el Gallo
manejó mucho la pelota durante los ’90 frente al “Milrayitas”, máxime en
comparación con el conjunto de Lomas de Zamora, que se siente mucho más cómodo
con menos tenencia y una salida rápida en contraataque, ante la recuperación de
su pareja de volantes centrales, Fernando Lorefice y Luis Zeballos.
Claro que, la supremacía en la posesión del balón por sí
sola, no redunda necesariamente en una mayor profundidad en ofensiva, y eso fue
precisamente lo que ocurrió con el Gallo en la noche del reencuentro con su
público, en el Nuevo Francisco Urbano, puesto que el doble enganche colocado en
cancha, tuvo la pelota durante largos minutos, aunque jamás supo qué hacer
debida y efectivamente con ella, esterilizando de este modo, la productividad
en ataque de ese dominio territorial y del esférico.
Los Andes, por el contrario, mucho más práctico y sencillo,
opuso como en la primera rueda, un mediocampo rápido y combativo, con los
referidos volantes de marca, un par de externos veloces y la gambeta “mañera”
pero indescifrable de un Oswaldo Blanco que, sin repetir la actuación
descollante de junio último, volvió a convertirse en factor determinante y de
quiebre para el desarrollo del encuentro y en un auténtico tormento para la
defensa del Gallito, sin importar la banda que eligiese para moverse en
ofensiva.
Por eso, en medio de un desarrollo chato y parejo, incluso con
una leve supremacía del local, quien en la primera etapa dispusiera de las
contadas y mejores ocasiones para la apertura del marcador, a poco de iniciado
el complemento, una cobertura defensiva permisiva del intratable “negro”
Blanco, más un dominio con la mano del punta de Lomas, no advertido por un
regular arbitraje de Lucas Di Bastiano, derivó en el centro que terminaría en
el primer tanto de la visita, tras la incursión ofensiva de Luis Zeballos y su “puntazo”
inapelable al ángulo superior derecho, de un sorprendido Alejandro “Chiche”
Migliardi.
Lejos de los merecimientos, pero arriba en el marcador por
su pragmatismo y contundencia, el once de Felipe De La Riva se retrasó un par de
metros más a la espera de la reacción del Gallo, oponiéndole al equipo de Mario
Grana una verdadera “muralla” en el área de Maximiliano Gagliardo (quien, dicho
sea de paso, se cansó de hacer tiempo, aún estando en ventaja, con la venia
cómplice de Di Bastiano), con los once jugadores del “Milrayitas” en su propia
mitad del campo y una extrema defensa de hasta siete hombres, si a la línea de
tres le sumáramos los dos volantes centrales y la dupla de externos.
Equipo solidario, en una mirada “generosa” ó amarrete, en
otra no tan condescendiente, Los Andes convertiría el arco que da espaldas a la
tribuna visitante en un auténtico frontón, al que el Gallo, claro está, jamás
supo ni pudo doblegar con claridad, salvo en contadas ocasiones, en las que
pudo y hasta mereció llegar a la igualdad.
Sin embargo, resultaría el propio Morón, quien facilitaría
la labor de defensa y contención de la visita, a partir del mal partido de su
doble enganche (en especial, de Esteban González, quien volvió a parecerse a
aquél talento cadencioso e impreciso del partido debut frente al propio
conjunto de Lomas), sumado al desgaste excesivo al que se vieran obligados
tácticamente, tanto Mariano Barbieri como Matías Orihuela, más preocupados en
la cobertura defensiva de sus laterales, que en explotar sus mejores virtudes
ofensivas.
En este marco, mientras el Gallito se debatía entre su falta
de ideas y la improductividad de sus intentos ofensivos, Los Andes asestaría su
golpe de nocaut, a partir de otra corrida y el golazo de tiro libre (de otro
partido), de su volante diestro, Mauro Pajón, una de las incorporaciones
“Milrayitas” durante el último mercado de pases.
Y si hasta allí le había costado demasiado generarle peligro
a Gagliardo, en los quince minutos finales y dos a cero abajo, las mejores
opciones del Gallo se generarían desde afuera del área, con varios intentos de
media y larga distancia, algunos de ellos que habrían de pasar realmente muy
cerca de los ángulos superiores del vituperado golero visitante.
Con el pitazo final de Lucas Di Bastiano, se consumaría una
victoria tal vez injusta del “Milrayitas”, aunque sustentada en su gran
pragmatismo y conocimiento de “libreto”, sumados a su disciplina, efectividad y
contundencia. Por el lado del Gallito, la desilusión del reencuentro menos
esperado con su público, aunque con la tranquilidad del tiempo para corregir
errores y volver a las fuentes tácticas que mejor redituaran en el pasado
reciente, con una revancha próxima e imprescindible, el venidero miércoles,
ante el Acassuso de Walter Otta, en el “Estadio Ciudad de Vicente López”.
Por eso, más allá del sinsabor de la derrota…, el objetivo y
el sueño permanecen intactos.
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